La ciudad de las nutrias

Zorro y gineta cruzando el río de madrugada, en una imagen que combina dos fotografías tomadas con flashes infrarrojos para no deslumbrarlos.

En lo más escondido del río, bajo la copa de un gigantesco membrillero, se abrían los túneles de las nutrias. Ellas los habían excavado entre las raíces del árbol, en un terraplén arcilloso de la orilla que les servía de tobogán para deslizarse hasta el agua. A ese recodo solo se podía acceder vadeando, con el agua a la cadera, ante la mirada de los galápagos leprosos que nadaban sacando la cabeza y que se detenían a observar a su visitante humano, puede que intrigados por ese lento caminante de las aguas.

Al membrillero en flor de las nutrias llegaban dos trochas abiertas en la hierba de la ribera por los jabalíes, por los zorros o las ginetas que mi cámara nocturna había captado en el paraje. En lo peor del verano, cuando las aguas del río estaban bajas, estos vagabundos de la noche cruzaban el cauce por un vado estrecho, apoyándose en las rocas que la sequía dejaba al descubierto. Sólidamente instalada en un trípode, la cámara réflex permaneció en ese vado todo un mes veraniego, largo y caluroso, protegida en una maleta estanca, conectada inalámbricamente a flashes invisibles que iluminaban la madrugada solo con infrarrojos, para no molestar a los animales con destellos blancos cegadores. El sistema se disparaba a través de un sensor de movimiento, que enviaba a la cámara una señal sin cable cuando detectaba diferencias de temperatura, debidas al cruce de un cuerpo caliente. Camuflé este estudio fotográfico hasta que a mí mismo me costó volver a distinguirlo, y lo revisé cada dos semanas, aproximadamente. En él se retrataron sin querer un zorro, llevando en la boca un guiñapo lanoso de alguna oveja muerta, y también varios jabalíes, con crines erizadas, junto con muchos murciélagos ribereños, y una gineta que gustaba de andar por aquellas peñas en plena oscuridad.

Pero ni rastro de las nutrias. ¿Dónde estarían? ¿Acaso el barro no les gustaba, y se habían mudado a rincones con algo más de agua? Ahora sé que así es, después de haberme encontrado con varias nutrias al amanecer en diversos tablazos de ríos con mucho estiaje. Las nutrias visitaban mucho aquel paso del río en primavera, cuando había mucha más agua. Por entonces boicotearon una y otra vez mis primeros intentos de fotografiar la fauna del enclave, unos inicios mucho más sencillos en los que usaba solo luz diurna, sin flashes. De esta manera no obtuve ni una sola foto buena, solo algunas imágenes testimoniales en las que paseaba una garza real acechando peces, o un mirlo contemplaba el soto, o una pandilla de moritos, las más insospechadas de cuantas aves se dejaron ver por allí, hundía en el río sus largos picos curvos, según suelen hacer los miembros de su familia, los ibis.

Hoy hago muy poca fotografía de este tipo, porque valoro mucho más la tranquilidad de la fauna que lo que pueda significar una imagen para su conservación. En pocos sitios de nuestro mundo humanizado siguen disfrutando de cierta tranquilidad los animales salvajes, y eso debería ser más importante que cualquier foto si nuestra prioridad fuese realmente el bienestar de esas especies. Aunque la fotografía remota, hecha tal y como la he descrito, pueda ser extremadamente respetuosa con lo retratado, el fotógrafo debe instalar equipo y presenciarse cada cierto tiempo en un lugar que a menudo es como un santuario natural, lo cual de por sí lo altera. Solo haría una excepción: el uso de luz natural y nada más. La experiencia me ha enseñado que con ese sistema puedes dejar una cámara en el campo todo un mes, o más, y regresar para cosechar cientos de imágenes de criaturas tan tímidas como los conejos, acicalándose y comportándose como si no hubiera nada raro. Del mismo modo, animales tan desconfiados como los zorros cruzan varias veces ante el invento sin que parezca molestarles nada.

Un conejo al amanecer, fotografiado con réflex camuflada, sensor de movimiento y luz natural. Este sistema, revisado cada mes o dos meses, me parece el más respetuoso con la tranquilidad de la fauna.

He aprendido, además, que lo importante para mí en el fondo no son las fotos, sino las vivencias en la naturaleza, todos esos amaneceres estrenando el día como si yo fuese el único humano de un mundo que aún pertenece a los animales, cuando los corzos recorren los caminos, cuando las nutrias te observan y no huyen, bajo el vuelo de los murciélagos antes de salir el sol. Nos esforzamos mucho por congelar el presente para almacenarlo como pasado memorable, pero lo único que vivimos es el aquí y ahora. Y esta verdad, mayor que cualquier imagen, puede aprenderse sin querer deambulando por la ciudad de las nutrias.