La ilusión

13 de junio de 2020

La senda seguía el curso del Guadiana entre las riberas de olmos que lo flanqueaban y la falda de la Sierra de las Medias Lunas. Ante los olmos, dos zorros oscuros se soleaban con las primeras luces del día, sentados en un rastrojo. Sobre el rastrojo cruzaron volando tres pájaros grandes, de larga cola azul, tres rabilargos que se posaron en la arboleda del soto. Por el soto buscaba insectos un ave diminuta, un herrerillo que saltaba inquieto de rama en rama. Del ramaje salía el canto de un ruiseñor, llenando el cielo con su gorjeo siempre igual y siempre distinto. En el cielo se recortaba la silueta gris de una garza real, seguida de un martinete, esa garza nocturna que ahora huía del sol. Nuestra estrella agostaba los cardos marianos de la cuneta. En ellos decaían las colonias de pulgones negros, cuidadas por hormigas que espantaban a las minúsculas avispillas que los parasitan momificándolos. Más antiguo que cualquier momia, un fósil de trilobites asomaba incrustado en unas pizarras de la cuneta.

Es todo una ilusión. Dentro de un año volverá a haber pulgones, hormigas y avispas momificadoras en los cardos secándose, pero serán otros. Dentro de un siglo, los zorros, rabilargos y garzas serán diferentes, pero en cierto modo también los mismos. Dentro de mil años estos olmos ya no sombrearán la orilla con sus hojas, y en un millón de años el trilobites habrá desaparecido por el lento desgaste de la erosión.

No solo es una ilusión en el tiempo, sino en la hechura de las cosas. La canción del ruiseñor está hecha de notas que por separado no significan nada, ni remiten al todo. Cada célula de cada hoja de olmo se compone de átomos que por sí solos no son sino piezas que vienen y van, nada hay en ellos que sea propio del olmo. Cuando caiga la hoja en otoño, se descompondrá liberando al suelo esas piezas, de ahí pasarán a las raíces y en primavera quizá formarán parte de otra hoja. Tal vez de ella pasen a una oruga, y de ahí a un pájaro, y al morir este y desintegrarse regresen a la tierra para entrar luego a otra planta. Así circulan los átomos por el mundo de lo vivo y lo inerte, reciclándose sin cesar. No son nuestros, ningún cuerpo los posee para siempre. Solo los tenemos provisionalmente, en préstamo.

Nada permanece. Estamos en un juego de piezas que se unen y se separan formando seres efímeros. Es todo una ilusión, pero nos dejamos atrapar por ella. Hermosa ilusión.