La vaguada descendía suavemente entre esos montes forrados de tomillares y retamas. El manto de hierba agostada estaba moteado por alguna carrasca ocasional o por lo que fueron molinos de agua, más escasos, derruidos por el tiempo casi hasta los cimientos. Al fondo del valle, ante una fila de espinos negros, restos de conejos devoradosSigue leyendo «Alimañas»