
Solo quedaba un rato de sol antes de que el ocaso pusiera fin a otro día de verano en la ladera de maquis. No habían sido especialmente interesantes mis vagabundeos de esa tarde por aquella vegetación tupida de encinas, coscojas, lentiscos y otros matorrales. Oscurecía ya cuando cruzó delante de mí un escarabajo muy grande, volando despacio en posición casi vertical. Era de color marrón roble y lucía dos antenas más largas que su propio cuerpo, grácilmente curvadas hacia abajo, que me recordaron a unos cuernos de cabra muy abiertos o a la lira que forman los de un íbice. Así se me presentó el gran capricornio, el Cerambyx de las encinas.
¿A dónde se dirigiría? Seguramente a buscar un tronco herido, de donde manase la savia que al adulto le gusta lamer. Apenas come otra cosa. Cuando son larvas, su dieta es bien distinta: madera viva de encina, roble o alcornoque, por lo general, y a ser posible de un árbol débil o senil. Durante tres o cuatro años, la larva del Cerambyx horada una galería en el tronco, comiendo su propio camino. No puede volver atrás, porque según avanza va creciendo y engordando, siéndole imposible caber en la parte del túnel que hizo cuando era más delgada. Al terminar de crecer, será un imponente gusano mayor que el adulto, cuyo cuerpo alcanza los seis centímetros de longitud sin contar las antenas. Entonces la larva del gran capricornio se deja la tarea hecha: excava una salida hacia la corteza para cuando sea adulto, sin llegar a traspasarla, y luego se retira a una cámara conectada con ese pasaje. En ella se convertirá en una pupa y finalmente alcanzará su forma perfecta, lo cual pasa a finales del verano. Pero el Cerambyx esperará aún al verano siguiente para avivarse y salir, en uno de los mayores ejemplos de pereza conocidos entre nuestra pequeña fauna.
Qué tranquilas deben de vivir las larvas del gran capricornio en sus tocones, pensaremos quizá. La realidad es que ni siquiera ahí se libran de los problemas serios que asedian la vida de los insectos. Porque pueden inyectarles desde fuera un parásito, una larva que se comerá a la del Cerambyx poco a poco. El intruso llega del mundo exterior a través de un taladro, el que usa para perforar la madera e inocular sus huevos la avispa parásita Dolichomitus, delgada y esbelta, negra, de patas anaranjadas y provista al final del abdomen de una espectacular sonda que también hace de broca. Tras localizar un punto propicio sobre la corteza, la Dolichomitus separa las dos fundas longitudinales que cubren su lezna y la hinca en el tronco, poniéndose a taladrar con paciencia y precisión. Lo creamos o no, algo tan fino como un pelo perforará la madera durísima de la encina. Esta avispa icneumónida parasita a la larva del gran capricornio Cerambyx cerdo, que está protegido por la ley en Europa y no causa daños graves en los montes y bosques salvo en ciertas zonas del sur. Sí los causa más a menudo, y no lo protege especialmente la legislación, otro capricornio muy similar, Cerambyx welensii. Dentro del tronco, a sus larvas las consumen las de la mosca grisácea Billaea adelpha, que deben de colarse por los túneles del capricornio a pesar de que la entrada a ellos desde la corteza la sella la larva de este con un tapón de restos. Aparte de estos dos parásitos y de los pájaros carpinteros, como el pito real, no se les conocen con certeza más enemigos a los Cerambyx cuando están ocultos en su árbol. Parece que la estrategia de esconderse en el leño de la encina no les ha salido mal a los grandes capricornios, si consideramos la variedad mucho mayor de parásitos mortales que tienen las orugas de la copa o las avispas que crean agallas en las hojas.

Hay en las carrascas otros escarabajos que viven de la madera. Uno de estos xilófagos es el pequeño Coraebus florentinus, de antenas muy cortas y hermoso color verde metalizado. Él hace que algunas carrascas muestren ramas aisladas secas en una copa por lo demás sana. Esas ramas han sido minadas por su larva, que comienza por horadar un pasadizo descendiendo en dirección al tronco, para cambiar después a roer justo bajo la corteza a lo largo de un anillo que rodea la rama. Esto la mata porque le corta el suministro de savia. Sin embargo de esta muerte surgen otras vidas, como suele ocurrir en la naturaleza. Las ramas de encina secadas por el Coraebus servirán de alimento a otros escarabajos de la madera: Agrilus, Anthaxia, Scobicia…
Los agujeros que dejan estos insectos en la madera muerta sirven de nido a muchas abejas solitarias, que polinizarán incontables flores silvestres o cultivadas. Los troncos destrozados por los capricornios se irán quedando huecos, y en esas oquedades se instalará el búho chico, el lirón careto, la gineta o el gato montés, e incluso criará a sus cachorros el lince ibérico.
REFERENCIAS
– Generalidades sobre el gran capricornio: Pereira, J.M. 2014. Plan de conservación para el Gran Capricornio (Cerambyx cerdo). Biología de la Conservación.
– Los enemigos de los escarabajos xilófagos: Kenis, M. y Hilszczanski, J. 2007. Natural enemies of Cerambycidae and Buprestidae infesting living trees. Págs. 475-498 en: Bark and wood boring insects in living trees in Europe, a synthesis. Springer, Dordrecht.
– La mosca Billaea, y el gran capricornio: Torres-Vila, L.M. y Tschorsnig, H.P. 2019. Billaea adelpha (Loew) (Diptera: Tachinidae) as a larval parasitoid of large oak-living cerambycids in Southwestern Spain. The Tachinid Times 32, 4-15.
– Biología de Coraebus: Coraebus florentinus Herbst. Plagas y enfermedades de las masas forestales extremeñas. Junta de Extremadura, Consejería de industria, energía y medio ambiente.
– Escarabajos asociados a Coraebus florentinus en la encina: Recalde, J.I., San Martín, A.F. 2003. Coleópteros xilófagos asociados a ramas de Quercus muertas por la acción del bupréstido Coraebus florentinus. Heteropterus Rev. Ent. 3: 43-50.