El mundo de una agalla

Quién se come a quién dentro de una simple agalla de encina.

En cada mundo hay muchos mundos, y hoy voy a presentaros uno de los más extraños que oculta nuestra naturaleza. Está en las hojas de encina, en esas que muestran unas hinchazones peculiares, como una esfera rojiza o verde de la talla de un guisante, engastada en el borde del limbo. Esos bultos son agallas, y en su interior crecen insectos ínfimos que entretejen sus vidas en un enrevesado laberinto ecológico, hasta que salen al exterior royendo un pasadizo. Muchas de estas criaturas se cuentan entre los insectos más vistosos de todos, a pesar de su tamaño pequeñísimo, que suele rondar los dos milímetros de largo. Durante varios años he seguido de cerca la ecología de este microcosmos en el monte de Moraleja (Campo de Montiel), manteniendo agallas individuales en frascos, abriendo otras cuidadosamente para dilucidar las relaciones entre sus ocupantes, criando a estos hasta hacerse adultos e identificándolos para seguidamente liberarlos a su hábitat, siempre que eso me fue posible. Después de casi trescientas agallas he podido averiguar a grandes rasgos cuál es la historia que se desarrolla dentro de ellas, un relato que antes no se conocía con certeza. Acompañadme a conocer la encrucijada de minúsculos destinos que se esconde en una hoja de encina.

Las agallas donde sucede esta odisea son obra de la avispilla que llamaremos aquí “la agallera”, porque carece de nombre vulgar y su apelativo científico, Plagiotrochus australis, solo invita a rehuirlo en aras de claridad. Cuando la agallera pone un huevo, inyectándolo en la hoja, los tejidos de la encina reaccionan creciendo a su alrededor y formando así la agalla. No se sabe por qué ni cómo…

Bajo su corteza encarnada, hay en la agalla madura una capa de radios que sujetan en suspensión una cámara central, redondeada y amarillenta (ver la foto de más abajo). Dentro de esa cámara crece la nueva avispa agallera, al principio con el aspecto de una larva blanca, regordeta e indefensa, que no deja de comer el jugoso tejido vegetal que la rodea. Después se transforma en una pupa, inmóvil pero ya con trazas del insecto adulto, y finalmente nace este, abandonando la piel de su forma anterior. Si todo le ha ido bien, la agallera conseguirá ver el sol a finales de mayo o principios de junio, y echará a volar con sus largas alas dispuesta a hacer más avispillas. Pero muy a menudo no sucede así y todo le va rematadamente mal, peor que mal.

Porque estos parásitos de las carrascas parecen ser como un imán para otros parásitos, que los persiguen implacablemente. El primero de ellos que conocí fue la atroz Sycophila variegata, una avispa de milímetro y medio escaso que salió de una agalla de las que yo guardaba aisladas para seguir su historia individual, cada una en un frasquito con tapón de corcho. La Sycophila, cuyo nombre significa “amiga de los higos”, escondía bajo su imagen apocada y ciertamente simpática un pasado espantoso: cuando era una larva se había desarrollado comiéndose viva lentamente a una larva paralizada de la agallera, desde dentro del cuerpo de esta. Pude comprobarlo en otras agallas, en alguna de las cuales presencié el horrible espectáculo; en otras, este parásito letal había dejado los restos inequívocos de su anfitriona, devorada siendo ya casi adulta. ¿Qué han hecho las inofensivas Plagiotrochus para que la vida las trate con tanta crueldad? Nada, simplemente ocurre que la evolución es ciega a lo que nosotros consideramos el bien y el mal, lo justo y lo injusto.

Crisálida de la avispilla Torymus notatus dentro de una agalla de encina.

Las Sycophila no escaseaban como invasores de estas agallas, sobre todo a finales de mayo y durante junio. Por entonces eclosionaban de sus incubadoras redondas y rojizas, dejándose ver por los frascos andando como si fuesen hormigas. Pero no eran los enemigos más comunes de las agalleras, ese puesto lo ocupaban las Torymus notatus, unas avispillas algo mayores pero mucho más espectaculares. De adultas, estas Torymus desprenden fantásticos brillos verdes metálicos y ostentan un imponente “sable” al final del vientre, la funda de su ovopositor, con el cual las hembras inoculan huevos en el centro de estas agallas. Allí sus larvas rayadas de castaño se encargan de eliminar a la legítima dueña de la morada, como también pude observar, pero esta vez devorándola desde fuera, a diferencia de las Sycophila. Luego la Torymus maduraba sin compañía, pasando el verano como larva, convirtiéndose en pupa para el otoño, y aguardando durante el invierno hasta desperezarse con la primavera ya en su forma perfecta.

Como las Torymus pasan tantos meses enclaustradas en la agalla, corren el peligro de que llegue a invadirlas otra avispa. Eso ocurría con cierta frecuencia. Podía consumirlas en verano una larva de Eupelmus urozonus, que luego se marcharía de la agalla transformada en una diminuta joya verde metalizada. Permanecerían en la cámara central las sobras de su festín larvario, los guiñapos inconfundibles de la piel de su presa. Estos despojos me permitieron reconstruir los acontecimientos y situar así a la Eupelmus como parásito de un parásito de un parásito de la encina.

En otra ocasión apareció otra Eupelmus urozonus de una agalla muy extraña, mayor y mucho más dura de lo normal. Semanas más tarde salieron de allí varias avispillas nuevas, semejantes a la agallera pero más pequeñas, de colores tostados y cara anaranjada. Eran otro de los problemas de la agallera: las Synergus. Son avispas de su propia familia, los cinípidos, pero perdieron la capacidad de originar agallas… así que ahora se adueñan de las agallas ajenas. En la especie que encontré, Synergus plagiotrochi, la madre de estos inquilinos había puesto huevos dentro de la agalla, lo cual transmutó la corteza engrosándola hasta convertir toda la estructura en una prisión de madera. En ella, mientras crecían las Synergus en varias cámaras periféricas, languidecía hasta morir la agallera, agobiada en el centro por falta de espacio. Los invasores mortales que la habían acorralado así no son nada raros en el universo de las agallas.

Podríamos seguir añadiendo protagonistas al laberinto de la vida en esta clase de agallas de la encina: la azulísima avispa Ormyrus pomaceus, la implacable y omnívora Eurytoma brunniventris, las Synergus crassicornis, que hacen dos celdillas en el centro de la agalla y a su vez son víctimas de Sycophila variegata… parásitos de parásitos que complican aún más esta historia, pero que no dejan de ser más bien anecdóticos por su escasez, de acuerdo con lo que me enseñaron las agallas en las que indagué. Quedémonos, de momento, con la trama principal, ya de por sí lo bastante enrevesada. Pero sobre todo quedémonos con que toda esta complejidad existe dentro de algo tan sencillo, en apariencia, como una humilde hoja de encina.

Referencias seleccionadas:
– Un buen punto de partida para empezar a identificar insectos en agallas de árboles del género Quercus: Askew, R.R. 1961. On the biology of the inhabitants of oak galls of Cynipidae (Hymenoptera) in Britain. Transactions of the Society for British Entomology 14, 237-268.
– Las avispas formadoras de agallas en la fauna ibérica, incluyendo claves de identificación de insectos y de agallas, así como listas de sus inquilinos y parasitoides: Nieves Aldrey, J.L. 2001. Hymenoptera, Cynipidae. En: Fauna Ibérica, vol. 16. Ramos, M.A. y colaboradores (editores). Museo Nacional de Ciencias Naturales. CSIC, Madrid, 636 págs.
– La biodiversidad de insectos en las agallas de la encina: Pujade-Villar, J. y Ros-Farré, P. 1998. Inquilinos y parasitoides de las agallas del género Plagiotrochus Mayr colectadas en el Nordeste de la Península Ibérica. Boletín de la Asociación Española de Entomología 22, 115-143.- Las Sycophila en la Península Ibérica: Nieves Aldrey, J.L. 1983. Sobre las especies de Sycophila Walker, asociadas con agallas de cinípidos en la Península Ibérica, con descripción de una nueva especie. Eos 59, 179-191.
– Las avispas parásitas asociadas a agallas de cinípidos en Madrid: Gómez, J.F. y colaboradores 2006. Los Chalcidoidea (Hymenoptera) asociados con agallas de cinípidos (Hymenoptera, Cynipidae) en la comunidad de Madrid. Graellsia 62 (nº extraordinario) 293-331.
– Los torímidos de las agallas de Quercus en la zona centro de España: Nieves Aldrey, J.L. 1984. Observaciones sobre los Torímidos (Hym. Chalcidoidea, Torymidae) asociados con agallas de Cinípidos (Hym. Cynipidae) sobre Quercus spp. en la zona centro-occidental de España. Boletín de la Asociación Española de Entomología 8, 121-134.
– Catálogo de inquilinos y parasitoides de agallas de Quercus en el Paleártico occidental: Askew, R.R. y colaboradores 2013. Catalogue of parasitoids and inquilines in cynipid oak galls in the West Palaearctic. Zootaxa 3643, 1-133.