Gélido apocalipsis

Escena de una catástrofe que devastó La Tierra mucho antes de los dinosaurios: la concha del nautiloideo Cameroceras, de la talla de un árbol, clavada en el fango tras retirarse el mar. Ilustración de PaleoEquii.

Caía la tarde sobre aquellas risqueras a la orilla del Jabalón, no lejos del cerro oscuro que los lugareños llaman Peñalasombra. Un camino de vacas conducía a través del monte hasta la vaguada de un arroyo, en cuyo margen se alzaban poderosas moles de roca. Desde lo alto de una de estas torres naturales me observaba un búho chico, que pronto huyó y se perdió tras las lomas de encina. Su posadero, según descubrí, estaba repleto de fósiles, como toda esa muralla de roca caliza. Por el centro de España llaman a esta clase de roca »Caliza Urbana», y en campo se presenta como un grueso banco de caliza gris azulada, de hasta diez metros de espesor, cuajada de conchas marinas pálidas y rotas. Con sus fósiles, la Caliza Urbana da testimonio de lo bien que le iba a la vida en los mares donde se formó esta roca, hace unos 445 millones de años. Y entonces, al final del periodo Ordovícico, llegó la catástrofe.

La naturaleza en ocasiones parece no tener piedad de sus criaturas, como sucede durante las grandes aniquilaciones conocidas como extinciones masivas. Cuatro o cinco de estos apocalipsis han sucedido en los últimos seiscientos millones de años. Uno de ellos fue el que acabó con los grandes dinosaurios, pero otro mayor aún arrasó con aproximadamente ocho de cada diez especies a finales del Ordovícico, justo después de formarse la Caliza Urbana. La pista de lo que ocurrió puede dárnosla un estrato rocoso depositado encima de la caliza, no lejos de donde el búho contemplaba todo este corte geológico.

El estrato clave mide unos dos metros de grosor, es ocráceo y se compone de un cemento natural donde aparecen incrustados trozos de roca irregulares, angulosos, de tamaños muy dispares. Un geólogo nos diría que se trata de una diamictita y que su origen fue muy frío, porque todos los cantos y gravas que contiene los arrastraron grandes masas de hielo. Cuando los glaciares avanzan sobre la faz de La Tierra, raspan la superficie rocosa, trituran las raspaduras al pasar sobre ellas y terminan arrojándolas al mar, a bordo de icebergs. Al derretirse estos, los materiales que transportan caen al fondo marino y quedan enterrados en el lodo. Y así, cuando hay muchos icebergs cargados de cantos, se forman diamictitas.

La diamictita nos habla de una enorme crisis mundial para la vida: una glaciación que cubrió de hielo las tierras más australes. Por entonces, el polo sur estaba situado en lo que ahora es el desierto del Sáhara, y el manto helado se extendió desde allí hasta la zona que hoy es la península Ibérica, cercana al círculo polar de aquellos tiempos. Por varios sitios del sur de Europa y el norte de África aparecen las señales geológicas que dejaron estos glaciares y sus icebergs. Ignoramos por qué surgió esta glaciación repentina. Su origen desconcierta a los geólogos porque sucedió en un mundo con mucho más dióxido de carbono que el actual. Había casi diez veces más dióxido de carbono que en el presente, y esto debió de causar un gran efecto invernadero y un clima cálido. A pesar de ello empezó la glaciación… y no entendemos cómo pudo ser. Sí sabemos que sus consecuencias acabaron con la prosperidad de la vida marina de aquella época. Devastó un mundo dominado por los trilobites y otros invertebrados marinos, donde nadaban los primeros peces y crecían en las orillas las plantas más primitivas, aún diminutas y extrañas.

Sección geológica de la orilla del río Jabalón, cerca de Corral de Calatrava (Ciudad Real). (a) Pizarras rojizas | (b) Pizarras negras | (c) Cuarcita de Criadero | (d) Pizarras Chavera. Corte redibujado a partir de una ilustración de Casiano de Prado, un pionero de la geología ibérica, quien halló los graptolites aquí a mediados del S. XIX.

En el planeta gélido de la glaciación, la vida marina quedó diezmada y reducida a su mínima expresión. Buena parte del agua que hay en La Tierra se quedó atrapada en forma de nieve y hielo sobre los continentes, lo cual hizo que bajase el nivel del mar. Se estima que el mar descendió unos cien metros en apenas unos siglos, dejando al descubierto la Caliza Urbana. Tras este primer embate del frío, el océano regresó tímidamente a nuestra zona, y con él los icebergs que crearon la diamictita. Sobre esta roca hallamos más señales de ese mar agonizante, en una gruesa sucesión de pizarras que en la región reciben el nombre de »Pizarras Chavera». En ellas la exuberancia de fósiles de la Caliza Urbana desaparece por completo, y solo se nos muestran algunas huellas fosilizadas de animales marinos. Son invariablemente escasas y muy pequeñas, testimonio de una vida empobrecida y enanizada por el frío. El fósil más corriente, Allocotichnus palmatus, parece una ínfima roseta de arañazos. Tal vez la hizo algún trilobites u otro animal similar que lograse sobrevivir durante la catástrofe. Pero a pesar de los desastres, como decía Ian Malcom en el Parque Jurásico, la vida se abre camino.

Encima de las pizarras del apocalipsis helado hay un estrato arenoso, la Cuarcita de Criadero, que en Almadén alberga el cinabrio y que en su parte baja tiene ya fósiles de tamaño más o menos normal. Se parecen a unas conchas con forma de tornillo, y pertenecieron a unos animales enigmáticos hoy extinguidos: los tentaculítidos. Sobre sus restos, ya bien entrado el periodo Silúrico, se depositó una gruesa serie de pizarras negras llenas de fósiles, semejantes a pequeñas rayas trazadas con tinta blanca. Son los graptolites, unos invertebrados que flotaban bajo las olas. La lupa de campo, con sus diez aumentos, nos revelará en el borde de cada graptolites unos dientes de sierra; en cada uno de ellos vivía una diminuta criatura con tentáculos, emparentada con los vertebrados. Entre los graptolites hallaremos también conchas de braquiópodos, de cefalópodos, fragmentos de escorpiones marinos… La vida, en definitiva, necesitó millones de años para recuperarse de la gran extinción, pero finalmente lo consiguió. Esa es la historia que nos cuentan las rocas de un paraje olvidado del Campo de Calatrava, desde el silencio de sus millones de años. Da qué pensar, porque ahora mismo los humanos estamos causando una extinción en masa por todo el planeta. ¿Cuántos millones de años serán necesarios para que la vida se recupere de esta nueva crisis? ¿Estamos aún a tiempo de frenar un nuevo apocalipsis?

Basado en mis observaciones personales sobre la geología y paleontología de esa zona del Jabalón, y en la siguiente bibliografía:
– La extinción del final del Ordovícico: Sheehan, P.M. 2001. The Late Ordovician mass extinction. Annual Review of Earth and Planetary Sciences, 29, 331-364.
– Los fósiles de las Pizarras Chavera, incluyendo la descripción original de Allocotichnus palmatus: Aceñolaza, G.F. y Gutiérrez-Marco, J.C. 1999. Icnofósiles del Ordovícico terminal (Pizarras Chavera, Pizarras de Orea: Hirnantiense) de algunas localidades españolas. Boletín Geológico y Minero, 110, 123-134.
– La ilustración de PaleoEquii es Ordovicianextinction.jpg, con licencia CC-BY-SA-4.0. https://commons.wikimedia.org/wiki/Category:CC-BY-SA-4.0.
– El corte del Jabalón procede de una obra clásica de la geología ibérica: Mémoire sur la géologie d’Almaden, d’une partie de la Sierra Morena et des Montagnes de Tolède, par M. Casiano de Prado; suivi d’une description des fossiles qui s’y recontrent, par MM. de Verneuil et Barrande. Extrait du Bulletin de la Société Géologique de France, 2ª série, t. XII. Paris, Imprimerie de L. Martinet, Rue Mignnon, 2. 1855.