Los trilobites

Los mares fueron suyos mucho antes de que existieran los dinosaurios o cualquier animal terrestre. Los trilobites eran en tiempos de los grandes dinosaurios algo tan viejo como estos lo son hoy para nosotros. Reliquias de ese mundo perdido de los trilobites aparecen en ciertas rocas de los Montes de Toledo, Sierra Morena y otras cordilleras ibéricas similares. En esas montañas desgastadas, los fósiles de trilobites son el recuerdo lejano de una Tierra distinta, sin árboles ni hierba, sin pájaros ni insectos, un planeta cuya atmósfera era asfixiante, con casi la mitad de oxígeno que ahora. Acompañadme a la era de los trilobites, viajad conmigo en el tiempo hasta hace cuatrocientos ochenta millones de años. Si cada paso nuestro fuese un siglo, tendríamos que caminar casi tres mil kilómetros para retroceder a aquella edad. Pero con la imaginación ya hemos llegado. Bienvenidos al mundo del periodo Ordovícico, a los albores de la vida animal en La Tierra.

Estamos en una playa arenosa, en lo que habrá de ser la península Ibérica. Ante nosotros se extiende un mar de aguas frías, pues nos hallamos en latitudes cercanas al polo sur. Mucho ha cambiado la geografía del planeta desde entonces. En la playa, la marea se ha retirado dejando al aire las huellas de extraños animales marinos hoy extintos. Los rastros más comunes son los surcos dobles que hacen los trilobites al andar por la arena, empujándola con sus dos filas de patas. Moldes de estas huellas, llamadas Cruziana, asoman con frecuencia en los riscos que suelen coronar las sierras a las que antes aludíamos. Estas risqueras son de una roca durísima y clara, hecha a partir de esa arena de playa, compactada y endurecida. Es la Cuarcita Armoricana, capaz de cortar el cristal y de mostrarnos toda una fantástica colección de pistas fósiles que nos dan un atisbo de la variedad de la vida en ese mar primigenio.

La noche nos sorprende pronto en nuestra playa prehistórica, porque en el Ordovícico los días duran unas tres horas menos que hoy. En el cielo nocturno brillan estrellas que dibujan constelaciones diferentes. Con el tiempo, hasta las estrellas se han movido, algunas se apagaron y otras se encendieron. Dejemos que este fundido a negro nos lleve de un salto unos veinte millones de años más adelante. Abrimos los ojos. ¿Qué ha sido de nuestra playa?

Ya no existe. El mar, en implacable ascenso, la ha sumergido. Ahora en el fondo no hay arena, sino fango oscuro que se transformará en pizarra, una roca laminada que también abunda en esas serranías. En muchos sitios, las pizarras de mediados del Ordovícico se presentan cuajadas de fósiles. Trozos de trilobites, conchas marinas, caracoles primitivos… sus restos petrificados y oxidados nos hablan de una fauna bastante diversa. En ella predominaba un trilobites, Neseuretus tristani, un carroñero de la talla de un cangrejo, que podía enrollarse formando una bola y que da nombre a toda su comunidad: la fauna de Neseuretus, típica de las aguas polares del hemisferio sur en esa época. Lo acompañaban por el lecho marino el enorme Ectillaenus giganteus, la elegante Isabelinia, la extravagante Placoparia y muchos otros trilobites. Junto a ellos vivían como grandes predadores los nautiloideos, una suerte de calamares embutidos en una concha parecida a un cucurucho de helado. Los mayores nautiloideos de esa fauna, los Cameroceras, alcanzaban casi la longitud de un autobús. Seguramente permanecían casi todo el rato quietos en el fondo, a la espera de alguna presa a la que atrapar con sus tentáculos.

Más allá del periodo Ordovícico terminaron los buenos tiempos para los trilobites. Habían destacado enormemente por su diversidad durante casi cien millones de años, pero entonces comenzó su declive, después de una crisis que afectó a todo el planeta a finales del Ordovícico. Ignoramos exactamente por qué empezó a irles tan mal. ¿Quizá eran demasiado primitivos para sobrevivir, rodeados ya de muchos animales más modernos que ellos? Pero entonces, ¿por qué siguen con nosotros seres de linaje más antiguo aún que los trilobites, como las medusas o las bacterias? ¿Acaso fue tan solo cuestión de mala suerte? Quién sabe… Lo cierto es que las rocas posteriores al Ordovícico contienen cada vez menos fósiles de trilobites, y menos variados. Para cuando surgieron las primeras junglas, quedaba en los mares un solo orden de trilobites de los nueve que había en el Ordovícico. Ese último orden, el de los proétidos, agrupó a los escasos supervivientes de esta estirpe que antaño había llenado los océanos con su rotundo éxito. La gran extinción de finales del periodo Pérmico, hace unos doscientos cincuenta millones de años, borró definitivamente a los trilobites de la faz de La Tierra. Hoy sus fósiles, con su hermosa simetría, nos indican claramente la edad de las rocas donde aparecen: son de la era Paleozoica, la era de los trilobites.

Buda dijo: “considero las posiciones de los reyes y los gobernantes como las de motas de polvo”. Ni si quiera muchos millones de años de prosperidad son garantía de permanecer en este mundo. Los trilobites nos lo enseñan, desde el silencio de sus fósiles.