
Este dibujo muestra una historia que casi nadie conoce: la llegada de los primeros animales al mundo según nos la cuentan los Montes de Toledo y sus alrededores. Ninguna región de Europa nos presenta mejor este episodio clave de la vida en La Tierra. Parece un misterio: después de surgir la vida en nuestro planeta, siguieron miles de millones de años de sencillez, de seres unicelulares acompañados como mucho por algunas algas como pequeñas cintas. Y entonces, en pocos millones de años, un suspiro comparado con todo ese tiempo, llegó la complejidad: los animales aparecieron y se extendieron por doquier en los mares primigenios, originando todas las grandes ramas del reino animal y otras que ya no existen. ¿Por qué este súbito estallido evolutivo? ¿Y cómo es que los animales se hicieron esperar tanto? Veamos qué podemos aprender en los Montes de Toledo acerca de este enigma que toca nuestros orígenes más remotos.
Todo comenzó cuando La Tierra era una bola blanca de hielo. Fue la terrible glaciación de la Tierra Blanca, o Snowball Earth, hace más de seiscientos millones de años. El hielo cubrió el orbe hasta los trópicos, y en el futuro puede volver a ocurrir. Cuando acabó esta catástrofe helada, en poco tiempo (para La Tierra) surgieron los animales… o algo similar a ellos, no estamos seguros. Los fósiles hallados en Newfoundland (Canadá), en Ediácara (Australia) y en un puñado más de lugares nos hablan de fondos marinos habitados por criaturas extrañas de cuerpo blando, semejantes a plumas de mar, a discos acolchados o a bolsas medio enterradas en la arena. Son los organismos de Ediácara, lo más parecido a formas de vida alienígena de cuanto ha producido La Tierra. Entre ellos estaban los primerísimos animales, tal vez también sus parientes más cercanos, y quizá incluso seres que pertenecían a un reino aparte hoy desaparecido. Lástima que en España no se haya encontrado ningún fósil de estas criaturas, y eso que podría haberlos, por la naturaleza y edad de nuestras rocas más antiguas, pero cuando se buscan, por algún motivo, no están ahí…
Así pues, nuestra historia arranca hacia el final del reinado de estos seres, hace como quinientos cincuenta millones de años. Mientras ellos declinaban en los mares, ascendía la estrella de animales como Cloudina, el primero con concha que se conoce. Sus conchas como tubitos, hechas de piezas imbricadas una tras otra, llenan las calizas de Abenójar, de Villarta de los Montes y algún otro enclave. Ningún animal conocido tiene una concha así… Entonces, ¿qué era Cloudina? ¿Un gusano, un pólipo? Aún se debate, pero sí sabemos que sufría los ataques de uno de los primeros animales carnívoros, que agujereaba la concha de su presa como hoy hacen ciertos caracoles marinos con las almejas. Quizá sean de otro cazador ancestral las espinas minúsculas que aparecen en algunos niveles con Cloudina, espinas como pequeños colmillos que recuerdan a los que orlan las fauces de ciertos gusanos nadadores, los quetognatos, todavía existentes. Agujeros, espinas… en los tiempos de Cloudina el mundo estaba transformándose en un barrio mucho más violento. Y entre tanto cambio persistían en los océanos formas enigmáticas como Vendotaenia, tal vez un alga, tal vez algo distinto. Sus fósiles acintados adornan las pizarras que hay cerca de los antiguos arrecifes de Cloudina, aquí como en Namibia, donde el desierto alberga rocas curiosamente parecidas a las nuestras de esta parte de la historia.
Lo que ocurrió después lo enseñan claramente los rastros fósiles, las huellas de actividad de los animales primitivos. En los niveles arenosos justo encima de Cloudina solo hay rastros muy simples, como meandros, lazos o galerías hechas por gusanos que se deslizaban sobre el fondo marino, o como mucho justo bajo la superficie. Poco después los rastros se complicaron un poco y surgió uno más o menos complejo: una fila de excavaciones cortas, hechas por un gusano a medida que avanzaba enterrado. La aparición de esta huella inconfundible, llamada Treptichnus pedum, marca el comienzo de una nueva era, la era Paleozoica, en la que los animales habrían de conquistar La Tierra, y también señala el inicio del primer periodo de esa era, el Cámbrico, que vio el asombroso despliegue de los animales en multitud de formas increíbles y extravagantes, como si la evolución estuviese deleitándose en hacer experimentos para averiguar el verdadero potencial de estos seres maravillosos.
Pronto llegó una novedad que dejó huella, literalmente: las patas. Arañazos de patas aparecen exquisitamente conservados en las pizarras del Pusa, en el corazón de los Montes de Toledo; ¿acaso son las huellas de algún antepasado de los trilobites, esos invertebrados tan típicos de la era Paleozoica? Más arriba en la serie pizarrosa se halló el rastro grotesco dejado por uno de tantos seres extraordinarios únicos del Cámbrico: es Psammichnites, la pista de un gusano que se movía bajo la arena mientras recogía sobre ella alimento mediante un insólito snorkel. Nada similar ha vuelto a existir en casi quinientos millones de años.
Las nuevas incorporaciones se acumulan en la parte alta de las pizarras del Pusa: los primeros trilobites, con sus ojos en forma de media luna, su espina en la nuca y sus múltiples patas, los animales más complicados del mundo en su tiempo, y junto a ellos una pequeña colección de criaturas fantásticas: los arqueociatos, como copas vivientes doblemente amuralladas, constructores de arrecifes que prosperaron y desaparecieron en pocos millones de años; los hiolitos, animales con concha que no está claro cómo clasificar, pero que abundaron en los mares cámbricos; los chancellóridos, algo así como animales-cactus, sin parangón en el mundo moderno… Y no nos olvidemos de los primeros moluscos, como la pequeña Anabarella, descubierta en Siberia y hallada en el Valle de Alcudia, en un nivel un poco anterior a toda esta fauna.
La evolución parecía desbocada tras eones de lentitud, como si el hallazgo del concepto «animal» la hubiese vuelto loca. Como resultado, para el tiempo de los primeros trilobites ya existían todas las ramas fundamentales del reino animal. Este big bang de los animales, apodado «la explosión cámbrica», hizo que treinta millones de años después de Cloudina los mares estuviesen poblados por una fauna bastante diversa, según se deduce por sus rastros fósiles. En efecto, en la costa primigenia donde se depositaron las areniscas del Azorejo, sobre las pizarras del Pusa, la variedad de huellas de animales era ya comparable a la de una costa actual. Solo cambiaba la identidad de sus protagonistas, pues muchos de ellos pertenecían a grupos que ya no existen; es el caso de los trilobites y de la pista más icónica de estas capas, Astropolichnus hispanicus, la huella de algo parecido a un pólipo que vivía sobre la arena, que solo existió en esta región del planeta y solo durante unos cuantos millones de años.
Más allá de las arenas del Azorejo, los Montes de Toledo prosiguen narrándonos facetas de esta historia desde el silencio de los estratos: los arrecifes de arqueociatos de Los Navalucillos, los trilobites y conchas marinas del pico de Noez, los cementerios de trilobites de Los Cortijos de Malagón, donde tuvo lugar el descubrimiento de los primeros fósiles cámbricos de Europa occidental, algo que dio de qué hablar a los geólogos del S. XIX en tiempos en que aún se debatía la existencia en el mundo de esta fauna primordial.
Y aquí ha de acabar nuestra historia. Después de la llegada de los animales vinieron episodios más famosos: la colonización de la tierra firme, la era de los dinosaurios, la de los mamíferos, la evolución del hombre… Ninguno de ellos habría podido suceder de no ser por la revolución silenciosa que ocurrió en el mar entre los tiempos de Cloudina y del trilobites. Esos pocos millones de años marcaron para siempre qué clase de vida compleja iba a tener La Tierra, determinaron si podríamos llegar a existir los vertebrados y con ellos nosotros mismos, y por tanto si yo podría estar aquí escribiendo estas palabras o tú, estimado lector, podrías leerlas. ¿Por qué tuvo que ocurrir así la historia de la vida, y no de cualquier otra manera? ¿Qué hizo que, tras eones de espera, los animales se lanzasen a evolucionar al galope? Tengo para mí que la explicación más probable, de las muchas que hay propuestas, radica en el ascenso del nivel de oxígeno, que por entonces aumentó permitiendo por primera vez que se desarrollasen seres tan grandes y activos como son los animales. ¿Quizá algo semejante a la explosión cámbrica sea común en los planetas con vida, una vez superado cierto umbral de oxígeno? Especulaciones aparte, para mí no es tan importante saber los motivos por los que sucedió esta historia. Me basta con haber tenido la fortuna de conocer de primera mano a algunos de sus grandes protagonistas en mi propia tierra, con haber descubierto en las rocas a todos estos fósiles asombrosos, tan escasos y discretos como importantes para entender los orígenes del espectáculo inabarcable que hoy es la vida en La Tierra. ¿A qué más puede uno aspirar recorriendo valles y sendas, riscos y arroyos por los Montes de Toledo?
Referencias:
– Álvaro, J. y colaboradores. 2019. Updated stratigraphic framework and biota of the Ediacaran and Terreneuvian in the Alcudia-Toledo Mountains of the Central Iberian Zone, Spain. Estudios Geológicos 75: e093.
– Jensen, S., Palacios, T. y Martí Mus, M. 2010. Revised biochronology of the Lower Cambrian of the Central Iberian zone, southern Iberian massif, Spain. Geological Magazine 147: 690-703.
– Liñán, E. y colaboradores. 2004. The Cambrian System in Iberia. Instituto Geológico y Minero de España.
– Liñán, E. y colaboradores. 2020. The lower Ovetian Stage (lower Cambrian Stage 3) trilobite zonation in Spain and correlation with West Gondwana. GFF 2000-0863.
– Simón, J. 2018. A transitional Ediacaran-Cambrian biota in the Abenójar anticline (Iberian Massif, Spain). Estudios Geológicos 74: e084. // Simón, J. 2019. Fossils from the Azorejo Formation (Lower Cambrian, Central Iberian Zone) in the Guadiana river section at Picón, Ciudad Real. Boletín de la Real Sociedad Española de Historia Natural 113: 43-65.