Las flores vampiro

Tres tallos de jopo (Orobanche) brotan desde las raíces de su víctima.

Aquella primavera había en el pasto del monte muchas hierbas de un tipo muy especial, menudas, moteadas por arriba de flores púrpuras, y pegajosas, tanto que a veces se les veían diminutos insectos exhaustos adheridos al tallo o a las hojas. Una tarde, con la lupa de diez aumentos y las claves de flora, averigüé su nombre: Parentucellia latifolia, la algarabía pegajosa o parentucelia, un vampiro del mundo vegetal.

Aunque era verde y por tanto tenía clorofila, y hacía la fotosíntesis para fabricarse su propio alimento, la algarabía pegajosa se reservaba una carta insospechada en la lucha por sobrevivir. Asombrado ante lo que leí sobre ello, quise comprobarlo yo mismo a pie de campo. Excavé cuidadosamente la tierra al pie de una de estas hierbas hasta dejar al descubierto algunas de sus raíces. Raicillas débiles que se extendían por todas direcciones, pero una de ellas tocaba la raíz de otra hierba y en el punto de contacto se había ensanchado formando un bultito. A través de esa hinchazón, llamada haustorio, la algarabía estaba chupando la savia de su vecina. Lógico que esta, una espiga enana, pareciese lánguida y poco saludable; mostraba la palidez propia de las víctimas del vampiro…

Aprendí por entonces que había otra estirpe vampírica en el pasto: la de la gallocresta, un pariente próximo de la algarabía, a la cual superaba en talla y quizá en lo llamativo de sus flores, blancas y con dorso rosado. Pero tanto Bartsia trixago como la algarabía solo estaban jugando con la oscuridad; no eran ni de cerca los peores ladrones de savia del paraje. Uno de los verdaderamente siniestros, el espárrago de lobo u Orobanche, crece en los bordes del camino adoptando la forma de un chupón que por su color parece marchito, sin estarlo. Este color significa que en su cuerpo no hay ni rastro de clorofila. Como los genuinos no-muertos, el Orobanche ha cruzado sin remedio la línea de la vida normal y ahora, al no poder hacer la fotosíntesis, solo se mantiene succionando por las raíces la savia de plantas que aún dependen de la luz. Sumido en el lado oscuro, el Orobanche sin embargo aún sigue floreciendo, si bien sus flores se colorean de tonos marchitos desde el momento mismo en que brotan.

Más allá del recto sendero de la fotosíntesis, se abren de par en par las puertas de lo que quizá podríamos llamar la locura para una planta. Por ejemplo, un vampiro vegetal no depende en realidad del suelo para vivir, y por tanto, ¿para qué tener raíces? Por eso la cabellera del diablo es una planta sin raíz. Solo consiste en hebras, tallos como hilos color sangre que se enredan en los de sus víctimas, trepando y enroscándose, yendo de una rama a otra, lanzándoles aquí y allá haustorios con los que drenan su savia como un vampiro de múltiples bocas, como el vampiro estelar que imaginó Robert Bloch en su relato homónimo. Una cabellera del diablo, además, puede seleccionar a las plantas con mejor salud para “morderlas”… Cada especie de su género, Cuscuta, parasita en concreto a ciertas víctimas. Así, Cuscuta epithymum gusta mucho de la savia del tomillo, donde podremos encontrarla enmarañada como una peluca rojiza. Mucho ha cambiado la Cuscuta desde sus ancestros enraizados, pero este vampiro al final no deja de ser una planta de la familia de la correhuela y por eso también florece, aunque sus flores sean minúsculas y discretas. Porque hasta los no-muertos recuerdan, de allá para cuando, quiénes fueron.

– Sobre las plantas parásitas, y mucho más: «La vida privada de las plantas – 05 Viviendo juntos»
– La Cuscuta selecciona a sus víctimas: Kelly, K.C. 1992. Resource choice in Cuscuta europaea. PNAS 89: 12194-12197.