Las náyades

Conchas de mejillones de agua dulce.

Había en ese rincón del río un pasillo umbroso cubierto de higueras, y más allá el caz de un antiguo molino de agua, y junto a sus ruinas un enorme fresno. En su copa se posaba a veces una joven águila imperial, de esas que aprenden a cazar en el Campo de Calatrava. Bajo la copa, la tierra blanquecina que antes fue el fondo del Guadiana estaba ahora cuajada de conchas con nácar, largas y aclaradas por los siglos. Eran de mejillones de agua dulce, también conocidos como náyades.

Las náyades, en la mitología griega, eran ninfas que moraban en los manantiales, ríos y lagos, manteniéndolos limpios y cristalinos. Como ellas, los mejillones de agua dulce cuidan de las aguas, filtrándolas constantemente para alimentarse del plancton, del conjunto de seres diminutos que flotan en ellas. Los propios mejillones empiezan su vida en el plancton, cuando salen al agua siendo larvas casi microscópicas. Esas larvas nacieron en las branquias de su madre, que incubó los huevos protegiéndolos con su concha de nácar. Recién nacidas, las náyades salen de su madre al agua y, si tienen suerte, se agarrarán pronto a las branquias o aletas de un pez. En el Guadiana suelen aferrarse a algún barbo, cachuelo, boga o pez fraile. Sujetos al pez con unas espinas, estas larvas viajeras de náyade, llamadas gloquidios, formarán un pequeño quiste inofensivo. Se alimentan así de los tejidos de su anfitrión, hasta que se transforman en una miniatura de mejillón. Entonces se sueltan del pez, caen al fondo y allí se entierran. Comienza entonces su vida de filtros naturales, que puede extenderse hasta más de medio siglo en ciertas especies ibéricas.

Unio, Potomida, Anodonta… en un río sano, las náyades ocultas en su lecho suman un peso que supera al de cualquier otro animal acuático. Pero hoy casi nunca se cumple esto, porque no corren buenos tiempos para estos mejillones. La contaminación de nuestras aguas dulces, la proliferación de embalses que en ocasiones dejan seco el río aguas abajo de la presa, y la introducción del lucio, del black bass y de otros peces depredadores que acaban con los peces autóctonos necesarios para nuestras náyades, todos estos factores las han conducido rápidamente a una situación que para muchas especies ibéricas ya es crítica, con riesgo inminente de extinción. A este gravísimo cuadro se ha sumado en los últimos años la llegada a algunos ríos del mejillón cebra, una especie invasora que coloniza el espacio donde viven nuestras náyades.

Desde la era de los dinosaurios han habitado en las aguas dulces estas ninfas, que en secreto las mantenían puras. ¿Será capaz el ser humano de acabar con ellas en solo unas décadas? ¿Qué panorama dejará esto para la salud ecológica de nuestros ríos y lagos?

Referencias:
– Araújo, R. y varios autores. 2009. Las náyades de la península Ibérica. Iberus 27, 7-72.