El bedegar

Un bedegar en un rosal silvestre.

Las ruinas del molino de agua apenas podían reconocerse: la base de algún muro derruido, una hondonada sin relación con la orilla natural del río, y poco más. Las había conquistado un bosquete de ribera con álamos, olmos y zarzas. Unos rosales salvajes crecían en el ribazo que daba a esos restos de un pasado más sencillo (o más complicado, según se mire). Era agosto y los rosales ya no mostraban flores, sino frutos incipientes, esos escaramujos que para el otoño se vuelven rojísimos. Había en las ramas, entre las espinas, unos pocos bultos redondeados; cada uno cabía en la palma de una mano y estaba cubierto de un vello rojizo. Así son las agallas que llamamos bedegar del rosal; este es un relato sobre sus secretos.

Si las hubiésemos abierto, habríamos visto que cada bedegar está hecho de madera blanda y que alberga bastantes cámaras diminutas, en cada una de las cuales se desarrolla una larva blanca de avispa, minúscula, de apenas tres milímetros de largo como mucho. La madre de todas estas larvas fue quien creó la estructura donde habitan. Como sucede con tantos insectos, no hay palabra en nuestro idioma para referirse a esta avispilla, aparte del nombre general de avispas de las agallas que recibe su familia, los cinípidos (Cynipidae). A falta de otro nombre, la llamaremos por su nombre científico: Diplolepis rosae.

Tras un invierno en el bedegar, al llegar el final de la primavera emergerán de él las nuevas Diplolepis, casi todas hembras de color negro y vientre rojo. Salen listas para pasar las escasas dos semanas que les quedan de vida poniendo huevos, sin necesidad de aparearse antes de ello (los machos, de hecho, parecen ser innecesarios en esta especie). Las Diplolepis ponen sus huevos en las yemas del rosal; a cada una pueden dedicarle hasta dos horas, insertándole cuidadosamente hasta treinta huevos. Esto dará origen a un nuevo bedegar, de cuyos tejidos vegetales se alimentarán las larvas (las avispas de las agallas no dejan de ser unos peculiares insectos comedores de plantas). ¿Pensaremos que son muy inteligentes por vivir dentro de su propio alimento, protegidas del mundo exterior en tan extraña mansión? Error; veamos a qué peligros pueden enfrentarse en el bedegar…

Quién se come a quién dentro de los bedegares.

En primer lugar, en la agalla pueden instalarse unos insospechados okupas, unos inquilinos de la misma familia que la Diplolepis. Me refiero a Periclistus brandtii, avispa enana, negra y brillante que pone varios huevos en la agalla mientras esta se desarrolla. Con esto se altera el crecimiento de la casa de madera, pues aparecerán en ella algunas celdillas, menores que las de Diplolepis, en las que se alojarán las pequeñas larvas okupas. Esta modificación de la agalla se logra a costa de eliminar algunas celdas de su creadora original, pero este no es el mayor de los problemas que pueden venirle a Diplolepis rosae

Porque luego están los invasores letales, los terribles parásitos que se ven atraídos por el aspecto del bedegar, como si esa anomalía roja y lanuginosa les despertase un instinto ineludible, el de inyectar huevos en lo profundo de la agalla. Así obra la avispilla Orthopelma mediator, uno de los millares de especies parásitas que engloba la enorme familia de los icneumónidos. A veces la lupa nos descubre a su larva ya crecida dentro de la piel casi transparente de una larva de Diplolepis aún viva, como si se tratase de un disfraz o siniestro juego de muñecas rusas. Es la prueba inequívoca de que el icneumónido crece en el interior del cuerpo de su víctima, consumiéndola lentamente por dentro hasta acabar con ella. Estos parásitos letales, o parasitoides, son una de las mayores crueldades de la naturaleza y a la vez una de las maneras de vivir más corrientes en el mundo de los insectos.

Otras veces hallaremos a la larva de Diplolepis al lado de la larva de una avispilla, que la devora en su misma celda durante varios días. Invariablemente, el atacante pertenece al grupo de los calcidoideos, diminutas avispas parásitas expertas en destruir insectos en los lugares más insospechados. El más vistoso de los calcidoideos que pueden salir del bedegar es Torymus bedeguaris, de increíble color metálico rojo y verde. Las hembras de este parásito llaman la atención por la desproporcionada longitud de su taladro ponedor de huevos, cuya funda se prolonga al final del abdomen como un florete. Esta barrena no sirve para picar, sino para perforar la madera hasta llegar a las cámaras secretas donde están sus víctimas, las larvas de Diplolepis, y ponerles un huevo. Tiene también este simulacro de arma blanca un pariente de la Torymus en el bedegar: Glyphomerus stigma, de librea negruzca, cuya larva puede parasitar a la de Diplolepis o bien a la de su inquilino. Por su parte, la larva del okupa Periclistus sirve de víctima a las larvas de las avispas Caenacis inflexa y Eurytoma rosae; esta última además come materia vegetal de la agalla, y al hacerlo excava pasadizos por ella. Así va de una celdilla del inquilino a otra, dando cuenta de sus ocupantes y convirtiéndose al final en una avispilla oscura, de largas antenas. Como puede verse, en la agalla bedegar habitan muchos insectos que en su forma perfecta son simplemente avispas oscuras muy pequeñas, pero, bajo esa semejanza, ¡qué historias tan distintas esconden!

Otros ocupantes diferentes de todos estos pueden salir ocasionalmente de los bedegares, cuya historia natural, incluyendo la red de vida que aquí he contado, fue descrita por Blair en 1945, a partir de sus muchas observaciones de lo que ocurría dentro de estas agallas. Él miró solamente agallas británicas, pero la comunidad del bedegar ha demostrado ser la misma para toda Europa. Los ingleses llaman a esta agalla Robin pincushion gall, el alfiletero del espíritu de los bosques Robin Goodfellow, alias Puck en la obra de Shakespeare “El sueño de una noche de verano”. Fácil imaginarlo en una madrugada estival desenvolviéndose entre los vestigios de un molino de agua, bajo una ladera de rosales salvajes llenos de secretos.

Referencias:
– Blair, K.G. 1945. Notes on the economy of the rose-galls formed by Rhodites (Hymenoptera, Cynipidae). Proceedings of the Royal Entomological Society of London 20, 26-31.
– Nieves Aldrey, J.L. 1980. Datos sobre Diplolepis rosae (L.) (Hym., Cynipidae) y sus himenópteros parásitos en Salamanca. Boletín de la Asociación Española de Entomología 4, 107-113.
– Redfern, M. y Askew, R.R. 1992. Plant galls. Naturalists’ Handbooks 17. The Richmond Publishing Co. Ltd, England.
– Schröder, D. 1967. Diplolepis (= Rhodites) rosae (L.) (Hym.: Cynipidae) and a review of its parasite complex in Europe. Tech. Bull. Commonwealth lust of Biol. Control 9, 93-131.