
¿Dónde encontraríamos una esfinge, ruinas milenarias, ibis sagrados y un río dador de vida? En el cerro de Alarcos, claro está, en pleno Campo de Calatrava y a pocos kilómetros del Pozo Seco de Don Gil, la aldea que se transformó en Ciudad Real.
La esfinge es una estatua ibérica hallada en un campo cercano a la ermita de Alarcos. Tallada hace unos 2.500 años, la escultura muestra un cuerpo de león con alas de águila; la cabeza, presumiblemente humana, se perdió. Desde la tierra de otra esfinge, la de Giza, en el antiguo Egipto el geógrafo Ptolomeo nombró en sus escritos la ciudad ibérica de Lacoris, que prosperó unos cinco siglos antes de Cristo. Posiblemente sea la misma población que en la Edad Media se conocía como Alarcoris, Alarcuris o Alarcurris, la misma ante la cual el bando cristiano perdió contra el musulmán la batalla de Alarcos, retrasando así la Reconquista hasta el gran avance de las Navas de Tolosa.
Las ruinas milenarias no son el castillo ni la ermita de la virgen de Alarcos, medievales pero no milenarios, sino los restos de la urbe ibérica que los precedió, y los más antiguos aún de la Edad del Bronce, cuando en este promontorio se enterraba a gente poderosa cuyo sepelio requería sacrificar hasta doscientas reses. De eso hace casi cuatro mil años.
Los ibis sagrados de Alarcos son los moritos, el único ibis europeo (Plegadis falcinellus). En Egipto los ibis estaban consagrados al dios de la sabiduría, de la escritura y la luna, a Thoth, el Señor del Tiempo. Thoth figura en los papiros representado como un hombre con cabeza de ibis, por lo general verdosa como ciertos tonos irisados del morito. En honor a Thoth, el Tres Veces Grande, el Toro de las Estrellas, los egipcios ofrendaban momias de ibis, aves momificadas en pequeños sarcófagos o jarros. Millones de ibis acabaron así en sus templos durante los muchos siglos que duró esta costumbre. Momificaban principalmente al ibis sagrado africano, pero también al morito en menor cantidad. Así, hay momias de moritos en el Museo Británico, encerradas en sarcófagos soberbios.
Del ibis se contaban por entonces toda clase de disparates. En la Grecia antigua, el historiador Heródoto escribió que en Egipto tenían al ibis por heroico, porque cada año estas aves cazaban a las serpientes voladoras que venían desde Arabia. Según otros autores, una pluma de ibis paraliza a las serpientes y cocodrilos. Por comer tantas serpientes, el ibis a veces pone un huevo del que sale un basilisco, el Rey de las Serpientes, un animal legendario, similar a una culebra con corona, cuya mirada mata pero que muere por el olor de una comadreja. Aristóteles comentó la creencia de que el ibis usa su pico para procrear y por tanto siempre permanece virgen, pero rechazó la idea. Según Galeno y Plinio el Viejo, con el pico pone enemas a los hipopótamos; Plutarco afirma que solo usa para ello agua salada.
Ajeno a estas y otras historias bizarras, nuestros ibis de Alarcos viven tranquilos en las tablas del Guadiana, y solo usan el pico para hurgar dentro del lodo, buscando los animalillos acuáticos de los que se alimentan. Es una suerte tenerlos en estas tablas, porque la especie estuvo cerca de extinguirse de España a mediados del S. XX. Al depender tanto del agua dulce, les afecta mucho la contaminación de esta y la desecación de los humedales para cultivarlos, como pasa con las demás aves acuáticas.
Cigüeñuelas, avocetas, archibebes y andarríos, buscarlas y carriceros… En su río dador de vida, los moritos coexisten pacíficamente con muchas otras aves. Por ejemplo con el calamón, esa joya azul de pico rojo que también está alejándose de un riesgo grave de extinción en nuestro país. Junto a ellos podremos ver, si hay suerte, una extraña conjunción de aves que le dan al Guadiana de Alarcos un aire exótico: el ganso del Nilo, con su mancha rojiza alrededor de cada ojo; la garceta grande, nívea, muy alta y con el cuello larguísimo; las espátulas, blancas y de pico aplanado, una especie que vio cerca su extinción en Europa y que ahora se recupera poco a poco. Las espátulas resultan difíciles de observar en España lejos de Doñana. Allí cría también la mayor parte de los moritos del país, expuestos a amenazas como la destrucción de su hábitat o la contaminación por metales pesados (el vertido de Aznalcóllar llenó de cadmio a sus pollos) y por los venenos con que rociamos nuestras cosechas (fitosanitarios que acaban en el agua). De nosotros depende que en el futuro puedan continuar espectáculos como el de las tablas de Lacoris. Así evitaremos, de paso, contrariar a Thoth.
Referencias:
– Sobre la esfinge de Alarcos: de Prada Junquera, M. 1977. Las esfinges oretanas del oppidum de Alarcos. En: Crónica del XIV Congreso Arqueológico Nacional, 695-704. Secretaría General.
– Alarcos, Alarcoris, Lacoris… González Ortiz, J. La ciudad ibérica de Lakurris (Alarcos). Artículo en el diario Lanza, publicado el 20 de diciembre de 2020.
– Procedencia de las historias bizarras sobre el ibis: Buffon, G.L. 1812. Histoire Naturelle, générale et particulière, avec la description du Cabinet du Roi vol. 19. Paris, de l’Imprimerie Royale.
– Los problemas de conservación del morito y de otras aves acuáticas: Madroño, A., González, C. y Atienza, J.C. 2004. Libro rojo de las aves de España. Ministerio de Medio Ambiente