La ciudad de las abejas

Cuando el sol asciende hacia el sur, empiezan los zumbidos. El camino donde se oyen conduce a un vado del río Jabalón donde beben agua las gangas y diversos pájaros; hay por allí también un talud terroso donde los abejarucos excavan sus nidos. Pero en esta historia prestaremos atención a un mundo mucho más pequeño e insólito. Está en el camino de los zumbidos y mide unos ocho metros cuadrados. Es un retazo de tierra desnuda entre el mar de hierbas en flor, una tierra repleta de agujeros, de decenas y decenas de nidos subterráneos. En ellos crían las abejas terreras, abejas solitarias que se dedican cada una a sus propios asuntos bajo tierra y en las flores. Parémonos a un paso de su terreno, pues no son agresivas como las abejas melíferas y nos dejarán observar sus quehaceres domésticos a través de los prismáticos. Pronto descubriremos que en esta ciudad de las abejas hay muchos problemas…

El ruido de fondo que nos acompaña es un suave zumbido hecho de cientos de aleteos, que recuerda a una carrera de fórmula uno y cuadra bien con la vida acelerada de estos insectos. Todos parecen tener prisa por cumplir su ciclo vital. Distinguimos varias especies de abejas solitarias, unas bastante pequeñas y otras grandes, con ostentosas cargas de polen amarillo en las patas traseras. Son Andrena, un género muy variado de abejas solitarias, y puede que las grandes sean Andrena humilis, una abeja que solamente recoge polen de flores amarillas de la familia del diente de león (Asteráceas). Las vemos meterse en sus agujeros con estos pantalones de polen y salir sin ellos, pues bajo tierra almacenan provisiones de polen para su futura descendencia, dentro de las celdillas que han excavado en el limo que el río depositó aquí hace miles de años. Estas celdas están en los laterales de varios pasadizos en los que se divide el nido, más allá del largo túnel de entrada al que da acceso el agujero.

Pero junto a las Andrena hay otras abejas que nunca llevan polen. Parecen avispas y son pequeñas, de ojos y abdomen rojizo. Se asoman a los agujeros de las demás abejas, uno tras otro los olfatean con las antenas, y de vez en cuando se adentran en uno de estos nidos ajenos, pasan un minuto escaso bajo tierra y luego se van. Acabamos de presenciar así el modus operandi de las Nomada, unas abejas-cuco. Igual que la hembra del cuco pone un huevo en el nido de otros pájaros, la Nomada pone uno o dos huevos en las celdillas hechas por otras abejas. Nada más nacer, el pollo del cuco tira los huevos de su nido por la borda, para quedarse solo y acaparar todas las cebas de sus padres adoptivos; nada más nacer, una larva de Nomada usa sus mandíbulas para acabar con todo huevo o larva de abeja que haya en su celda, quedándose así con todas las provisiones de polen. En las Nomada suele ocurrir que cada especie solo pone huevos en los nidos de una especie determinada de abeja solitaria, en concreto las que estamos viendo podrían ser Nomada integra, exclusivas de los nidos de Andrena humilis.

Estas abejas no son el único parásito que aborda los nidos desde el aire en este sendero. Descubrimos un poco más adelante a varias moscas abejorro, a unas Bombylius de color dorado que están lanzando sus huevos a los agujeros de las abejas. Al final del abdomen de estas moscas peludas alcanzamos a distinguir un pequeño paquete de aspecto terroso; son sus huevos rebozados en el polvo del camino, para que su superficie no esté húmeda y puedan así rodar y entrar bien al nido de la abeja. La Bombylius se esmera cuanto puede por acercar el huevo al agujero: cernida a pocos centímetros del suelo, de repente baja y a la vez tira un huevo antes de subir al momento, pero la maniobra no parece demasiado precisa. En cualquier caso, del huevo nacerá una larva que no parará de moverse hasta entrar en una de las celdillas de la abeja. Allí se transformará en un tipo de larva distinto, que primero comerá de las provisiones de polen, compartiéndolas con la larva de la abeja, pero después dará cuenta de esta, consumiéndola despacio hasta acabar con ella.

Cerca de las moscas abejorro hallamos en el pasto a un escarabajo colosal, de más de siete centímetros de longitud, negro, con rayas rojas y un abdomen desproporcionadamente largo. Este titán del mundo de los insectos está comiéndose pausadamente una margarita. Inconfundible, el aceitero Berberomeloe majalis es uno de los mayores insectos de la cuenca mediterránea, en cuyo extremo oeste habita. No nos fijaremos hoy en su método de defensa, en ese líquido tóxico oleoso, su propia hemolinfa, que exuda por las articulaciones mientras se hace el muerto ante el peligro. En este día de mediados de mayo los aceiteros están en paz, las hembras comen, enormes, mientras las buscan los machos, mucho menores que ellas. Después de aparearse, la hembra hará un agujero en el que pondrá de mil a dos mil quinientos huevos, y luego hará varias puestas más. En pocos días nacerán unas larvas diminutas, las larvas triungulinas, que corretean sin descanso por el suelo en busca de un agujero de abeja donde meterse. Una vez dentro, estos corredores se convierten en otra clase de larva, más quieta y regordeta, que come las provisiones y ocupantes de las celdillas. He aquí otro ejemplo más de un enemigo de las abejas cuya larva inicial se transforma en otra muy distinta, en lo que se conoce como hipermetamorfosis.

De entre las hierbas a las que se ha subido la aceitera vemos asomar a paso ligero a un invasor de nidos mucho más pequeño: una hormiga de terciopelo. Rojiza y velluda, su abdomen negro con final pálido y un lunar dorsal blanco la identifican como una Sigilla dorsata. La seguimos deambular por el camino, la observamos colarse en un agujero de abeja y marcharse al minuto siguiente. A estas alturas de la historia esto no requiere ya mucha explicación, baste decir que cada una de estas hormigas de terciopelo significa una larva de abeja que fue devorada. Dejamos irse tranquila a la Sigilla, entre otras cosas porque esta familia de avispas, los Mutílidos, tienen fama de que su picadura es de las más dolorosas de entre los insectos europeos.

Los sonoros aletazos de una cigüeña blanca que ha bajado al río nos traen de pronto a la escala de los animales grandes a la cual pertenecemos. Ya es hora de regresar. Remontando el camino dejamos atrás la ciudad de las abejas terreras, uno de esos muchos otros mundos que están en este.

Referencias:
– Una guía para acercarse más a la gran diversidad de nuestras abejas silvestres y a sus vicisitudes: Molina, C. y Bartomeus, I. 2019. Guía de campo de las abejas de España. Tundra Ediciones, Castellón.
– El aceitero Berberomeloe majalis, incluyendo su vida: Bologna, M.A. 1988. Berberomeloe, a new west Mediterranean genus of Lyttini for Meloe majalis Lineé (Coleoptera, Meloidae). Systematics and bionomics. Italian Journal of Zoology 55, 359-366.
– Cómo viven y cómo son en general las moscas abejorro (Bombílidos): Oldroyd, H. 1969. Handbooks for the identification of British insects, Vol. IX Part 4 – Diptera Brachycera, section (a) Tabanoidea and Asiloidea. Royal Entomological Society of London, Londres.