
Va quedándose atrás el verdadero invierno. Aunque el calendario muestre que aún continúa esa estación, la naturaleza enseña por doquier las señales de que algo ha cambiado. Si el carnaval cae tarde, en las mesetas ibéricas esos signos pueden ser ya un arranque de primavera en toda regla. En el monte de Moraleja, hacia el oeste del Campo de Montiel, muchas mañanas de carnaval amanecen con niebla. Entonces brillan por el suelo las diminutas constelaciones que dibujan las gotas de rocío sobre las alfombras verdes del musgo Pleurochaete. A lo lejos la bruma emborrona la silueta de un zorro que regresa de sus exploraciones nocturnas, rumbo a su cubil. Vive en una pequeña sima que algunos cazadores se empeñan en taparle con piedras que él, o quien escribe, logra retirar.
Va ascendiendo el sol y la neblina se abre, se pierde. Descubrimos que estamos en la Llanura de Asfódelos, el paraje que anoto con ese nombre mitológico en mi cuaderno de campo, por estar repleto de gamones (Asphodelus ramosus). De estas plantas crecerán varas largas de flores blancas, pero por ahora solo son hojas brotando de la tierra. Entre un asfódelo y otro, hallamos en la moqueta de musgo algo así como un confeti blanco y minúsculo, esparcido aquí y allá. Son los pétalos de la yerbecilla temprana (Erophila verna), que apenas levanta tres centímetros del suelo y que es aquí uno de los pregoneros de que se acerca la estación verde. Junto a ellas hay una especie de tiendas de seda diminutas hechas en la hierba del pasto. Dentro de ellas veremos a las orugas procesionarias del suelo, las Thaumetopoea herculeana, que pasan así sus primeras semanas de vida. Protegidas en su tienda sedosa, comen las hojas de la zamarrilla, del ge de campo y otros Helianthemum. Y si alguien se atreve a molestar a estas orugas, entrarán en juego los pelos urticantes que las recubren…

Cuando la temperatura del aire pase de unos doce grados, veremos volar a las abejas más madrugadoras. Suelen ser abejas melíferas, o bien abejas solitarias gruesas, o abejorros; previamente habrán calentado sus músculos del vuelo, agitando las alas sin despegar, hasta alcanzar una temperatura corporal que les permite mantenerse activas pese al fresco. En seguida las abejas se van a las flores del romero, pues las prefieren a las del almendro y a estas alturas del año prácticamente no hay más plantas en flor que puedan visitar. Sentarse al lado de un romero lleno de flores, en un día soleado de febrero, nos abrirá la puerta a un mundillo muy peculiar que surge cada año por estas fechas y se desvanece en apenas un mes. Si el romero vuelve a florecer en otoño, ya no será igual, pues le faltará el bullicio de sus visitantes carnavaleros. Para conocerlos, elijamos una buena roca donde sentarnos y observemos qué pasa en la mata: veremos llegar uno tras otro a los insectos florícolas, a cual más curioso, que forman un desfile de carnaval insólito.
Quizá se inicie la parada con la mariposa cardenillo, luciendo el reverso de sus alas con tonos verdes y naranjas. Es el disfraz brillante de un insecto de pasado oscuro, pues sus orugas, en ocasiones, son caníbales. Al cardenillo le seguirá quizás algún chinche de la fresa, que se despereza por las hojas del romero tras pasar el invierno en los sótanos del arbusto. Tras el chinche no tardará en llegar la comparsa de las grandes abejas terreras, las Anthophora, y la de los abejorros Bombus; ambos insectos son peludos y visitan las flores del romero a increíble velocidad, como si viviesen con estrés crónico. Más pausadamente las liba la abeja Andrena thoracica, mediana y de tórax pelirrojo, sin llegar a la parsimonia de las abejillas de menor talla, esas Halictus, Andrena y Lasioglossum, entre otras, a las cuales solo les falta dormirse al quedarse posadas durante minutos en el tubo de la corola.
El premio al mejor disfraz de grupo se lo merecen sin duda las moscas-abejorro Bombylius, que imitan el aspecto de las abejas con su pelaje pardo. Esta imitación de unos insectos que pican quizá pueda salvar al Bombylius del picotazo de algún pájaro… Irónicamente, las varias especies de Bombylius se desarrollan, cuando son larvas, parasitando a los seres de los que se disfrazarán al hacerse adultas, de tal manera que cada mosca-abejorro equivale a una abeja solitaria menos, la que se comió en su infancia larvaria dentro del nido subterráneo donde crían muchas de estas abejas.
En el romero acecha a las abejas otro de sus enemigos, el que merecería quizás el premio al disfraz individual más vistoso: la Myopa, una mosca tan roja como un granate. Como suelen hacer los insectos de su familia, los conópidos, la Myopa se lanza sobre una abeja y se enzarza con ella en una corta lucha, en la cual esta mosca trata de poner un huevo en el abdomen de su contrincante, metiéndoselo entre los segmentos de la armadura. Si tiene éxito, la Myopa se marcha dejando a la abeja condenada a ser pasto vivo de su larva…
Un día de carnaval, terminando ya de ver el desfile de un romero, vino saltando por las piedras y la hierba una comadreja, moviéndose vertiginosa como si no pesara ni tuviera huesos, como si toda ella fuese enteramente flexible. No me miró, sino que siguió su paseo brincando, perdiéndose con su pelaje canela detrás de otros romeros. Por la fecha y las costumbres de esta fierecilla, ¿sería un macho en busca de pareja? En cualquier caso, gran cierre para la cabalgata, e inesperado, pero como se dice en La Mancha: “en carnaval todo pasa.”
Referencias:
– Una guía de insectos que nos cuenta no solo cómo distinguir a los bombílidos de los conópidos, sino cómo viven estas y muchísimas otras familias de insectos europeos: Chinery, M. 1997. Guía de campo de los insectos de España y de Europa. Omega, Barcelona.
– El cardenillo, ese caníbal: Tolman, T. y Lewington, R. 2002. Guía de las mariposas de España y Europa. Lynx Edicions, Barcelona.
– La técnica de la Myopa contada por un testigo de su ataque: Bohart, G.E. 1941. The oviposition of conopid flies upon smaller Andrenid bees. The Pan-Pacific Entomologist 17, 95-96.