
Érase una vez un cardo borriquero. No un cardo mayor que algunos jugadores de baloncesto, como las tobas Onopordum, ni endeble y herbáceo al estilo de Atractylis cancellata, con su jaula de espinas protegiendo las flores a menos de un palmo del suelo. No, este cardo era un auténtico Cirsium vulgare, y eso significa grandes aguijones erizando hojas y tallos por doquier, cabezuelas florales espinosísimas repletas de florecillas moradas muy comprimidas, y todo ello a un tamaño respetable que bastaría para que muchos exclamasen: “¡Vaya cardo!”. ¿Quién vive en estas versiones vegetales del puercoespín? Vamos a averiguarlo…
Se posa en una de las cabezuelas un jilguero, posiblemente el pajarillo más colorido de nuestra fauna. Le encantan los frutos secos que dan los cardos, frutos parecidos a pequeñas pipas rematadas por un vilano. Para coger uno, hurga entre los vilanos hundiendo el pico casi hasta darse con ellos en la cara roja, mientras reluce al sol la banda amarilla de sus alas. Pero en esta ocasión nuestro Carduelis, el pájaro cardero por antonomasia, extrae… ¡una oruga! Al comérsela, el colorín se ha convertido en un superpredador. La oruga, de apenas un milímetro de ancho, era de una polilla Eucosma cana, que deambulaba por dentro de la cabezuela y se había comido, aparte del tejido vegetal, a una larva que ocupaba el interior de un fruto abultado, del cual la sacó el jilguero. Esa larva pertenecía a la avispilla Pteromalus elevatus, que su vez había consumido a la de otra avispa que estaba allí, Eurytoma tibialis; esta devoró a la primera larva de ese fruto, la de la mosquita Urophora stylata, que de adulta luce alas decoradas con un dibujo oscuro y de larva se mete en un fruto tierno de cardo, hinchándolo al roerlo desde dentro, hasta transformarlo en una agalla dura muy pequeña. Así, la cadena que va del cardo a ese jilguero tiene seis eslabones vivos; la de un león que caza a una gacela que comía hierba, solo tres.
Otras moscas Urophora hacen sus agallas más abajo, dentro del tallo del cardo, provocando que se dilate a modo de barril. El interior del tallo también es la zona donde horadan sus pasadizos los gorgojos, las larvas vegetarianas de Apion, Ceutorhynchus, Larinus… Sabemos poco sobre los enemigos de estos escarabajos picudos, y también sobre los que amenazan a los insectos que excavan pasadizos dentro de las hojas del cardo. Esos son los insectos minadores de las hojas. Sus minas parecen ribetes, arabescos o manchas; las ha excavado en la hoja una oruga de polilla, o una larva de mosca, al comerse el tejido verde y dejar intacta la epidermis del haz y del envés.

Algo mejor conocemos las vidas de los insectos que se alimentan del cardo desde el exterior, como las cásidas (Cassida), escarabajos planos, semejantes a escudos verdosos, que roen ventanales en las hojas dejando en ellas la epidermis del envés, a modo de vidriera. El daño que causan a la planta no afecta mucho, por ejemplo, a los moradores de las cabezuelas florales, pero la glotonería de ciertos viandantes del cardo sí que influye en todos los insectos que viven de él. Se trata de los chupadores de savia, vampiros en miniatura que drenan gradualmente la salud de la planta. Unos visten delicadas libreas de encaje, como los chinches Tingis; su cazavampiros principal es otro chinche, el Anthocoris. Pero los chupasavias más comunes son los pulgones, la más de diez especies de áfidos que pueden hallarse en esta especie concreta de cardo. Algunos cambian de planta cuando esta empieza a marchitarse, produciendo entonces una generación de pulgones alados que se marcha. Así obran, por ejemplo, los pulgones Brachycaudus cardui, que al decaer el cardo se mudan al almendro, o los Macrosiphum rosae, que lo hacen al rosal.
Cuando llegan a una planta nueva, los pulgones alados cambian a formas sin alas que alumbran crías vivas sin necesidad de aparearse, acelerando con ello la conquista de ese territorio verde. Fundarán así con rapidez una colonia de hembras vírgenes que atraerá a sus propias pastoras: las hormigas. Muchas hormigas son muy aficionadas al melazo que expulsan los pulgones, un líquido con el que estos se deshacen del exceso de azúcares que toman con la savia. Por el melazo, las hormigas cuidan de los pulgones como si fuesen un rebaño. Dándole al pulgón unos toques con las antenas, lo animan a soltar una gotita de melazo, que para las hormigas Camponotus y otros géneros es una golosina líquida; en ella basan su dieta muchas especies de hormigas. Por eso las hormigas protegerán a los pulgones del cardo de los intrusos que se les acerquen, y los salvarán de bestias temibles tales como las mariquitas de siete puntos, cuyas larvas y adultos llegan a comer decenas de pulgones cada día. Aunque los mayores aniquiladores de pulgones muchas veces son las pequeñas larvas anaranjadas del mosquito Aphidoletes. Unas cuantas de estas larvas son capaces de eliminar a una colonia de pulgones entera en unos días, succionando un pulgón tras otro, dejando sus restos marchitos todavía clavados por el pico a la planta… Otros candidatos al papel de Van Helsing en nuestra metáfora de los pulgones-vampiros serían las crisopas, verdes y de alas delicadas, o las larvas de muchas moscas-avispa de la familia Syrphidae: Sphaerophoria, Eupeodes…
Y luego están las avispillas que momifican pulgones. Son tan diminutas que su larva se desarrolla dentro de un pulgón, dejándolo hueco. Después la avispa adulta sale de él practicando un agujero, y deja los restos de su víctima adheridos a la planta. Estos pulgones vacíos, agujereados y pegados al tallo, pronto se quedan secos y de color pajizo; se llaman momias de pulgón. Nos dicen que por allí ha estado una avispa de la familia Aphidiidae o Aphelinidae. Los despojos que dejan las avispas momificadoras Praon resultan muy distintivos: unen el pulgón a la planta a través de un cono de seda del que emergen, agujereándolo.
Todo esto solo ha sido una visita breve a la fauna de un cardo, esa planta que para los insectos equivale a un pueblo dividido en cuatro calles: flores, tallos, hojas y raíces. Cada una se divide en vecindades y estas en casas; cada insecto tendría su propia dirección en ese municipio. Alguno hay que vagabundea por varias vecindades, pudiendo hallarse en una calle u otra, como le pasa a la larva de Palloptera, una futura mosquita gris. Sin embargo, la mayoría de los insectos del cardo tienen su puesto bien definido, es decir, ocupan un nicho ecológico bastante estrecho, lo cual les ayuda a no competir demasiado unos con otros. Esto le da un cierto orden a lo que podría parecernos un caos de formas de vida entrelazadas. Quizá sea esto una sola de las muchas cosas que puede enseñarnos un cardo, que no solo sirve para adiestrarnos en el arte de evitar pinchazos…
Basado en el siguiente libro sobre especies británicas (pero la fauna que nombro en la historia vive también en España, según he confirmado): Redfern, M. 1995. Insects and thistles. Naturalists’ Handbooks 4. The Richmond Publishing Co. Ltd, England.