La siguiente cadena está basada en las dietas auténticas de sus eslabones, y aunque en la naturaleza no suelen concatenarse tantos, al no ser imposible solo es cuestión de tiempo que suceda.
El búho real luchó contra un águila culebrera que había en su territorio, y la mató y devoró, cosa que pocas veces se ha comprobado pero ocurre. El águila se había comido a una culebra bastarda de más de un metro de longitud, que a su vez se tragó mucho antes a una culebra de herradura algo más corta. Esta, trepando por una encina, había cazado semanas atrás a una jovencísima curruca rabilarga, apenas emplumada, la cual se comió el día anterior a una arañita amarilla del género Araniella, tan común en las carrascas. La araña había consumido en su tela a una avispilla Eupelmus, diminuta y verde; la Eupelmus había crecido a costa de comerse a una larva de otra avispa parásita, una Torymus, dentro de una de esas bolas rojizas, las agallas, que hay en ciertas hojas de encina. La Torymus se había comido ya a la dueña de la agalla, la larva de la avispa Plagiotrochus australis, que previamente mordisqueaba el jugoso tejido de la encina, nutriéndose del alimento que esta elaboraba a partir del aire, el agua y el sol.
Con el tiempo, el búho murió. Su cuerpo se descompuso bajo una carrasca, liberando líquidos que llevaron hasta las raíces sales minerales que sirvieron de abono. Multitudes de insectos, millones de bacterias, y por último los hongos, apuraron hasta la última migaja de energía almacenada en los restos de la rapaz, convirtiéndolos en un dióxido de carbono que expulsaron al respirar. Ese gas entró a las hojas de la encina, donde se unió a la alquimia verde de la fotosíntesis junto a las sales minerales subidas desde la raíz. En una hoja de esas puso su huevo una avispa Plagiotrochus australis; la larva que nació de él fue víctima de una Torymus, y esta de una Eupelmus, y esta de una Araniella, y esta de un pollo volantón de curruca rabilarga, que fue comido por una culebra de herradura…