Un cafre

El protagonista de nuestra historia de hoy, fotografiado en Sudáfrica por Alandmanson. CC BY-SA 4.0.

El sol ya asomaba tras el encinar, rozando con sus rayos las cumbres de los riscos rojizos que coronan aquella garganta. La hoz del río Valdehornos, en los Montes de Toledo, se me presentó como un valle estrecho y abrupto donde el río, ahora convertido en embalse, se encajaba entre dos laderas que parecían demasiado empinadas para cualquier subida que pudiese plantearme. Y ni falta que hacía subirlas, porque había llegado al lugar y la hora justas: decenas de pajarillos, semejantes a golondrinas, surcaban el aire como un enjambre de mosquitos, esos que precisamente debían de estar comiéndose. Distinguí entre esas aves a varios aviones comunes, con su cabeza oscura y cola corta. Los acompañaban una buena cantidad de golondrinas, pero no de las usuales: eran golondrinas dáuricas (Cecropis daurica), una especie que se vio en España por vez primera en Cádiz en 1921, y que desde entonces se ha extendido por nuestra geografía hasta ser habitual en muchos puentes y ríos. Con esta golondrina habría de llegarnos otro viajero a la Península Ibérica; solo fue cuestión de darle tiempo…

Entre los aviones y golondrinas, los prismáticos me mostraron a un ave similar a ellos pero extrañamente distinta, pues se trataba de un vencejo, y uno más bien pequeño, de cola escotada y alas en media luna, pero a diferencia de los vencejos comunes este tenía sobre la cola una mancha blanca, ancha y un tanto angosta, rompiendo la negrura general de su plumaje. Todos estos rasgos de campo me permitieron identificar al vencejo como una de las especies más interesantes de cuantas podía encontrarme aquel día. Estaba ante un vencejo cafre (Apus caffer), uno de los pocos que se han visto este año por el centro de España. Puede que hubiese nacido en el nido de una de las golondrinas que volaban junto a él, porque el vencejo cafre no construye su propio nido sino que expulsa del suyo a otras aves, normalmente a la golondrina dáurica, y cría a su descendencia en esa mansión robada.

El primer vencejo cafre de la Península Ibérica fue reportado en 1964, notificándose dos años después que la especie se reproducía en Cádiz. Hoy este vencejo africano, de origen subsahariano, prosigue su lenta expansión por este rincón de Europa, siguiendo así los pasos de la golondrina dáurica y ayudado por el calentamiento global, que hace de estas tierras algo cada vez más parecido al Magreb por su clima. Se suma así este vencejo a la creciente lista de especies africanas que en las últimas décadas se están propagando por el territorio español: el ratonero moro, el bulbul naranjero, el vencejo moro (muy parecido al cafre)… ¿Cuántas más de estas aves, cuántos más veranos abrasadores como en el que vi al vencejo cafre, cuántas más tormentas desastrosas como las que inauguraron su septiembre, cuántos más cambios obvios, en definitiva, necesitaremos los humanos para asumir que ya está bien de jugar con el clima? No lo sé, porque la sinrazón tiene menos límites que el vuelo de este vencejo, pero si continuamos en nuestro empeño de hacer de este país una extensión de África será mal para nosotros… y bien para él.

Referencias: guía de aves de SEO/Birdlife