
Columnas de lava en el volcán Columba, junto al río Jabalón. Granátula de Calatrava (Ciudad Real)..
Recorred conmigo la zona con más volcanes de toda Europa continental: el Campo de Calatrava, al oeste de las llanuras de La Mancha.
La fortaleza de Calatrava, la Qal’at Rabah construida por los musulmanes, prestó su nombre a estas tierras. Las cruza el río Jabalón antes de unirse al Guadiana, y este desde las Tablas de Daimiel hasta recibir al Bullaque, aproximadamente. Discurren ambos ríos por campos de llanuras onduladas entre sierras, por secanos de candeal y cebada, salpicados de olivos y liegos incultos vigilados por sisones, avefrías, águilas culebreras e imperiales, o elanios azules. A lo lejos se levanta la torre de alguno de los pueblos cuyo apellido rememora a los monjes calatravos que lucharon por recuperar estas tierras de manos islámicas, o se recortan en el horizonte las ruinas de un castillo, o los restos casi irreconocibles de una motilla que fue su primitivo equivalente en la prehistoria, durante la Edad del Bronce.
Aquí y allá surgen montículos un tanto extraños, como sin vínculo con el paisaje yermo que los rodea. Se trata de colinas o cerros bajos, con relieves casi siempre suaves, con cimas redondeadas, de roca negruzca, parda, o rojiza. Se diría que desde ellos nos observa el tiempo como desde una tosca y desgastada pirámide. Son los volcanes del Campo de Calatrava, en número superior a dos centenares si contamos los numerosos cráteres de explosión existentes en la comarca, muchos casi irreconocibles sobre el terreno. Erosionados por millares de siglos de inclemencias meteorológicas, su aspecto antes abrupto se tornó discreto, se desvaneció el espectáculo de sus cráteres y fumarolas, las lavas de sus entrañas se calmaron, y ahora los edificios volcánicos declinan como el recuerdo silencioso de la victoria de la lluvia y el viento sobre las fuerzas incandescentes del corazón de La Tierra. Solo un puñado de fuentes llamadas hervideros, de aguas ferruginosas, templadas y burbujeantes de gases volcánicos, nos avisan de que, pese a las apariencias, el magma todavía dormita como un monstruo en el subsuelo. Quizá su sueño se altera un tanto cuando los poceros, en sus perforaciones, hacen brotar sin querer y muy ocasionalmente un chorro termal que se alza decenas de metros, regando los viñedos de fango.

Ruinas del castillo musulmán de Calatrava la Vieja, al sur del Guadiana y cerca de las Tablas de Daimiel. Carrión de Calatrava.
En el pasado el monstruo fue devastador. En la Sierra de las Medias Lunas una explosión voló el antiguo volcán de Malosaires, dejando en su lugar un cráter que hoy alberga el espejo de la laguna de La Posadilla. Ese cráter, el de Fuentillejo, es la cicatriz de un estallido que mezcló agua hirviente con el magma que la calentó en las raíces de estas serranías. La conflagración resultante, una explosión hidromagmática, llenó la comarca con el estruendo de una oleada de cenizas volcánicas mezcladas con esquirlas de cuarcita, la roca que conforma estas elevaciones y en cuyo seno ocurrió la detonación. Esa ola de magma pulverizado aparece en los alrededores de la laguna solidificada hoy en forma de brecha volcánica, un material semejante a cemento rosado y repleto de cantos angulosos cuarcíticos. Los cráteres de explosión como este abundan en el Campo de Calatrava; son los maares, amplias hondonadas que con frecuencia acogen lagunas en la época de lluvias o incluso municipios, como Granátula o Ciudad Real. Una de estas depresiones volcánicas, la de Las Higueruelas, albergó hace como tres millones de años una charca que fue la trampa mortal donde fosilizaron mastodontes, gacelas, guepardos gigantes, caballos de tres dedos, rinocerontes…
Desde el mirador de Fuentillejo se ve otro volcán emblemático de la Sierra de las Medias Lunas, uno que sobresale al sur de Alcolea. Allá, entre encinas y jaras, se alzan las ruinas del volcán Peñarroya, su cerro coronado por retazos de las murallas naturales de basalto que circundaban el cráter. De él surgió una lava cuyo color oscuro se ha oxidado, dando los tonos bermejos que dieron nombre a esta “peña roja”. Al pie del volcán se extienden los negrizales, como llaman por aquí al terreno labrado sobre las riadas de lava. En esos sembrados asoman copos de lava de la talla de un puño o mayores, que son bombas volcánicas arrojadas por el cráter aún en forma de salpicaduras fundidas.
La mayoría de estos volcanes entraron en erupción hace aproximadamente entre dos y tres millones de años, según las dataciones radiométricas de sus lavas. Pero hace poco menos de un millón de años, cuando los seres humanos ya deambulaban por la península Ibérica, una fisura al sur del Jabalón derramó un colosal manto de lava que casi alcanzó los treinta metros de espesor. Se deslizó hacia el valle del río, desviando su curso, y se enfrió lentamente, solidificándose hasta dar un basalto negruzco que cristalizó dividiéndose en gigantescas columnas, como pilares o prismas de una arquitectura titánica, tosca y olvidada. El humilde Jabalón labró siglo tras siglo un pasaje cortando esta colada de lava, y la erosión puso al descubierto las columnas en los cantiles que ahora flanquean la presa de un embalse. Más tarde aún, el mismo volcán, el Columba, regurgitó cenizas en una serie de explosiones que las esparcieron una y otra vez en finas capas, en una erupción cuya edad no supera los nueve mil años. Los ancestros de los constructores de megalitos, de la cultura del dolmen y el menhir, bien pudieron ser testigos de este reciente paroxismo en una región que por entonces ya habitaban. Siendo tan jóvenes sus últimas convulsiones, el Columba se considera un volcán inactivo pero no extinguido.

Como contraste, ninguna persona pudo presenciar la erupción del que podría tratarse del más antiguo de estos volcanes, el que surgió hace unos siete millones de años y recibe el nombre sonoro de Morrón de Villamayor. Este volcán nos muestra una especie de bóveda rocosa y estrecha que se encumbra sobre las serranías de cuarcita, formando una silueta inconfundible que destaca desde muchos kilómetros a la redonda. Se trata de un domo de lava, restos del magma que rellenaba la chimenea eruptiva. Esta lava es además de un tipo muy extraño a escala mundial y único en toda la península Ibérica; se denomina ultrapotásica por su contenido anormalmente alto de potasio, y leucitita, del griego leukos, “blanco”, por su tono claro. Una gravera se abrió en la falda del volcán para explotar este yacimiento único…
¿Por qué tantos volcanes en la misma comarca? ¿Cuál fue su origen? Quizás el levantamiento de las montañas béticas. Según esas cumbres crecían en altura, también se hundían sus raíces rocosas en el manto terrestre. Ese hundimiento pudo provocar, como compensación, que ascendiese el manto en la zona del Campo de Calatrava. Al ascender, las rocas del manto se liberaron un tanto de la enorme presión que soportan en las profundidades; al descomprimirse debieron de derretirse parcialmente, creando un magma que atravesó miles de metros de grietas en las rocas hasta derramarse bajo el sol, construyendo un volcán tras otro. O quizás los volcanes calatravos estén aquí por otras causas, aún no se sabe con certeza… Mientras lo averiguamos, disfrutemos de todo este patrimonio, por tanto tiempo ignorado, que desde su aspecto discreto atestigua el lado más sobrecogedor de las fuerzas geológicas.
Algunas referencias seleccionadas:
– Ancochea, E. 1999. El campo volcánico de Calatrava. Enseñanza de las Ciencias de la Tierra, 7, 237-243.
– Ancochea, E. y Huertas, M.J. 2021. Radiometric ages and time–space distribution of volcanism in the Campo de Calatrava Volcanic Field (Iberian Peninsula). Journal of Iberian Geology, 47(1-2), 209-223.
– Poblete Piedrabuena, M.A. 1995. El relieve volcánico del Campo de Calatrava (Ciudad Real). Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha: Departamento de Geografía de la Universidad de Oviedo.
– Poblete Piedrabuena, M.A., Beato Bergua, S. y Marino Alfonso, J.L. 2016. Landforms in the Campo de Calatrava Volcanic Field (Ciudad Real, Central Spain). Journal of Maps, 12(sup1), 271-279.