Las motillas

Ruinas del Cerro de la Encantada, restos de una fortaleza prehistórica. Granátula de Calatrava.

Un camino estropeado me condujo por campos polvorientos de viña y rastrojo, poco después de salir el sol. Al sureste blanqueaba el pueblo de Torralba de Calatraba; al norte ondulaban las estribaciones más meridionales de los Montes de Toledo, más allá de los carrizales de las Tablas de Daimiel. La motilla apareció por fin en mitad de un terreno segado, junto al único árbol que se veía en ese paraje desolado y seco, un olmo alto y frondoso que daba sombra al lado del extraño montículo. Por un momento creí estar ante una de esas elevaciones artificiales que llaman tell en lo que fue la antigua Mesopotamia, restos derrumbados y enterrados de un pasado que ya era milenario cuando surgió el imperio romano.

La motilla mide unos treinta metros de largo y su parte más alta apenas se levanta cuatro metros sobre el suelo. En su flanco sur abrieron una zanja en mayo de 1899 para conseguir abono… “La codicia del labrador, debeladora constante de nuestras antiguallas y origen de tantos despojos y ruinas, juntamente con el abandono y la incuria, emprendió aquí la labor de extraer cenizas y escombros, para utilizarlas en el abono de sus tierras, a la vez que hacía avanzar su propiedad.” Esto lo escribió el cura torralbeño Inocente Hervás, el primero en describir una motilla. La trinchera, según nos cuenta en su escrito, sacó a la luz “tres momias, algunos huesos humanos, dos hachas y un fragmento de vasija; y fuera dos ollas, gran número de piedras calcinadas y tierra negruzca impregnada de cenizas”. Una de esas hachas era de cobre, decorativa. Todo esto llevó a nuestro cronista a pensar que la motilla de Torralba fue una monumental tumba, un túmulo, y no una atalaya medieval de los moros ni un hito para marcar alguna frontera antigua, como pensaban por entonces los lugareños.

Hoy sabemos que las motillas, las más de treinta que hay repartidas por La Mancha, no son sepulcros sino más bien fortalezas prehistóricas, la versión de un castillo de la Edad del Bronce. Solo se ha excavado y restaurado adecuadamente una de ellas, la del Azuer, un pequeño laberinto de murallas de mampostería que se enrosca alrededor de una torre y un pozo que a veces aún tiene agua. Dentro de la motilla había en efecto enterramientos con ajuar, y también silos y dependencias para guardar rebaños de ovejas y cabras. Sus moradores cultivaban cereal, hacían queso y cocían cerámica hecha a mano, entre otros quehaceres, unos dos mil años antes de Cristo. Era un tiempo en que nuestra relación con la naturaleza estaba cambiando: las gentes de las motillas no eran ya tribus nómadas dedicadas a la caza y recolección, como los talladores de cantos paleolíticos que los precedieron, sino ganaderos atados a la tierra por la agricultura. No obstante, todavía elaboraban con piedra tallada buena parte de sus utensilios, por ejemplo los dientes de sus hoces. El único metal que conocían bien, el cobre (el bronce era muy escaso), aún era para ellos un material más decorativo que útil; fundiéndolo elaboraban puñales, hachas, brazales de arquero…

Se piensa que esa gente del final de nuestra prehistoria viviría en torno a la motilla, usándola como protección frente a ataques tal vez frecuentes. Quizá fuesen los productores de alimentos en una sociedad dirigida por jefes que residían más alto que ellos, en poblados parecidos a motillas pero no situados en llano ni cerca de los ríos como estas, sino en las sierras cercanas. Las ruinas soterradas de estos poblados en altura se llaman morras o castellones; de ellos el mejor conocido pudiera ser el del Cerro de la Encantada, otro dédalo amurallado, que domina el amplio valle del Jabalón cerca de Granátula de Calatrava. La Encantada a la que alude su nombre se refiere a la leyenda de una mujer convertida en serpiente que se oculta en la cueva donde se recoge el agua de lluvia, dentro de las murallas del recinto; solo durante la noche de San Juan la culebra retoma por unas horas su apariencia humana.

En La Encantada los arqueólogos desenterraron una habitación de cuyo suelo emergía una forma peculiar, semejante a unos cuernos de toro. Recordaban a un hallazgo parecido en otro yacimiento del bronce, el de Los Oficios en Almería. Esculturas de cuernos muy similares fueron comunes en la civilización más antigua de Europa, la cultura minoica, que se articuló con centro en Creta y concretamente en el palacio de Cnossos, cuyos pasillos inextricables bien pudieran haber inspirado el mito del laberinto del minotauro. ¿Será casualidad la presencia de esa especie de “cuernos de la consagración” en La Encantada, o quizá hubo algún contacto entre culturas tan lejanas, en aquellos tiempos aún casi mitológicos?

Este montículo es lo que queda de la motilla de Torralba, la primera que se describió. Torralba de Calatrava.

El “altar de cuernos” de La Encantada fue robado, como tantos tesoros culturales de nuestra arqueología. Los coleccionistas desaprensivos han expoliado nuestro patrimonio arqueológico hasta la saciedad, si es que pueden saciarse. Y luego está la ignorancia cerril. Una máquina empujó la motilla de la Jacidra desplazándola varios metros para plantar girasoles. Con el fin de poner un pivot de riego, un agricultor destruyó totalmente la motilla de la Máquina en 2002; las autoridades de la Consejería de Cultura se despreocuparon de sancionarlo. ¡Qué razón sigue llevando Hervás, más de un siglo después!

Mientras me acercaba a la motilla de Torralba aquella mañana, asomaron unas cuantas ovejas de detrás del olmo que la preside. El anciano pastor que las guiaba me contó educadamente la lástima que estaba hecha esa motilla comparada con la del Azuer, y las muchas más que conocía en la comarca, todas ellas sin poner en valor. Por el suelo labrado asomaban algunos trozos de cerámica, de ese tipo irregular, con interior oscuro, característico de la Edad del Bronce, recuerdo de las tropelías causadas por manos inconscientes en la obra de sus ancestros. De la cultura de las motillas, de ese primer titubeo de civilización en La Mancha, podemos aprender muchas cosas, y no todas se refieren a un pasado remoto.

Referencias:
– Hervás, I. 1899. La Motilla de Torralba – Memoria. Imprenta de H. Mancebo, Mondoñedo.
– Benítez de Lugo, L. 2010. Las Motillas del Bronce de La Mancha. Treinta años de investigación arqueológica. Págs. 141-162 en: Bueno, P. y varios editores. Arqueología, sociedad, territorio y paisaje. Biblioteca Praehistoria Hispana, XXVIII. CSIC, Madrid.
– Nájera, T. y Molina, F. 2004. Las Motillas. Un modelo de asentamiento con fortificación central en la llanura de La Mancha. Págs. 173-214 en: La Península Ibérica en el II milenio a.C: Poblados y fortificaciones. Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, Cuenca.
– El posible “altar de cuernos” de La Encantada: Sánchez, J. y varios autores. 1983. El Oficio y La Encantada: dos ejemplos de culto en la Edad del Bronce en la península Ibérica. Págs. 383-396 en: XVI Congreso Nacional de Arqueología, Zaragoza.