El engaño

Un ser consciente de sí mismo: una urraca.

¿Cómo pude sucumbir a sus trucos? Aquel rastrojo parecía de lo más normal, salvo por la presencia en él de casi una docena de urracas muy juntas, prestándole atención a algo. Mi cuaderno de campo registra que era la mañana del 23 de julio de 1998 y que el escuadrón de córvidos no estaba comiendo nada, ni se veía ningún animal muerto que pudiera atraerlos. Simplemente permanecían allí, en ese campo de paja rapado por la cosechadora hacía ya algunas semanas. ¿Por qué reunirse tan sospechosamente? ¿Qué tramaban?

Me acerqué sin prisa en dirección al grupo, pero las urracas lo notaron y se dispersaron, quedándose en el rastrojo separadas varios metros unas de otras. Entonces debieron de decidir que procedía iniciar su plan, tácitamente y sin mediar sonido alguno, como si fuesen una mente colmena. Una de ellas me salió al paso, quedándose quieta a poco más de un metro de mí y piando como si estuviese herida. Ante lo cual me aproximé a ella, queriendo averiguar qué le pasaba, pero un corto vuelo la llevó unos metros más allá y se echó al suelo para reanudar la chocante actuación. Como la urraca estaba todavía casi al lado avancé varios pasos hacia ella, solo para verla revolotear de nuevo, caer al rastrojo y seguir con ese piar lastimero y esa quietud como de ave enferma. Al ir hacia el pájaro una vez más, pensé que me estaba desviando de mi objetivo, que no era otro sino mirar qué había en el sitio de su reunión inicial. Pero ahora el grupo se encontraba repartido con una formación tan abierta que solo mi recuerdo de la ubicación del lugar podía ya guiarme hacia él, así que ignoré a la presunta enferma y retomé el rumbo al punto de la junta urraquil.

No tardó en venir saltando otra picaza, que repitió la conducta de su compañera hasta casi dejarse tocar por mi mano. Al rehuirme consiguió desviarme unos metros más, antes de que yo recapacitase y volviese a mi intención original. Fue apartarme de esa urraca y ver llegar a otra justo delante mío, con la consabida exhibición de debilidad, la suya y desde luego la mía por prestarme a su juego. En mi defensa diré que solo tenía dieciséis años y muy poca experiencia con las artimañas de las urracas. Y así, por turnos, me fueron embaucando, haciéndome girar en ángulo una y otra vez, de tal manera que, al cabo de unos minutos, no tenía ni idea de dónde había estado al principio el cónclave de urracas. La operación de desvío perpetrada por esas artistas del timo había concluido con éxito. Comprendiéndolo, las observé a mi alrededor y sonreí irónicamente ante mi inocencia. No sabía con quién me las estaba viendo frente a ese equipo blanquinegro perfectamente coordinado. Por mucho que busqué, no hallé nada que me pareciese digno de atención al recorrer la posible zona del agrupamiento.

Pasados unos años, le pregunté a un experto en comportamiento de córvidos por esta estrategia de las picazas y al parecer nunca había tenido noticia de ella. ¿De qué otras tretas serán capaces las urracas? ¿Cómo aprenderían la maniobra que ensayaron con ese incauto muchacho del Campo de Montiel?

Nuestra vilipendiada urraca es uno de los pocos animales que se reconocen a sí mismos como individuos ante el espejo, pues cuando les pintan una mancha en una parte del cuerpo que solo pueden verse en el reflejo reaccionan buscándosela, señal de que saben que la imagen de la luna no corresponde a otro pájaro diferente sino a ellas mismas. Los humanos tardamos como dieciocho meses en pasar esta prueba del espejo. Las urracas, por tanto, tienen un nivel de consciencia comparable al de un niño de año y medio. Muchos cazadores se divierten matándolas a tiros. Algunas definiciones del concepto de persona se fundamentan en ser consciente de uno mismo.

Referencias:
– Prior, H., Schwarz, A. y Güntürkün, O. 2008. Mirror-induced behavior in the magpie (Pica pica): evidence of self-recognition. PLoS biology, 6(8), e202.

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