Una laguna salada

Una cigüeñuela en la laguna del Prado, durante una mañana de niebla. Campo de Calatrava.

En el corazón de la estrella nació un átomo de azufre. A millones de grados, ocho núcleos de helio se fusionaron para formarlo. Mucho más tarde, esa estrella se hinchó, se convirtió en un gigantesco sol rojo agonizante. Tras sus últimos estertores, la estrella gigante roja estalló en una colosal explosión. El estallido esparció por el espacio sus restos; así, nuestro átomo de azufre flotó durante eones en el vacío, hasta que las cenizas estelares se condensaron formando un planeta. Millones de años después, es decir, ahora, ese átomo de azufre está en la costra blanca de sales minerales que tapiza el fondo seco de la laguna del Prado, en Pozuelo de Calatrava, una laguna salada de la provincia de Ciudad Real.

En este rincón de La Tierra, las cenizas estelares que la originaron han adoptado formas caprichosas. Hay alrededor de la laguna volcanes y casas, viñedos y pinos. Crecen por sus orillas plantas muy pequeñas con hojas hinchadas de agua, carnosas. Son plantas típicas de la orilla del mar: Salicornia, Suaeda, Spergularia marina… Solo prosperan en suelos muy salinos, como lo son los de esta laguna a fuerza de acumular las sales arrastradas por la lluvia desde los alrededores. Pero las plantas halófilas, esto es, »amantes de la sal», son solo una de las muchas sorpresas que esconde la laguna. ¿Quizá por eso algunos la llaman »laguna inesperada»?

Flamencos comunes en la laguna del Prado. Algunos están anillados, y los códigos de sus anillas, leídos con el telescopio de observación, nos permitirán averiguar dónde han estado. Solo tenemos que comunicarlos a la oficina de anillamiento de la Estación Biológica de Doñana. Así sabemos que en esta laguna salada han llegado flamencos procedentes de Málaga, del Delta del Ebro, sur de Francia, Italia, Túnez e incluso Argelia.

Con las primeras lluvias del otoño regresa el agua al lecho de sal, y con ella vuelven las aves acuáticas. Pero no exactamente las que veríamos en cualquier otra laguna de La Mancha, sino una colección de aves bastante peculiar. Como el agua es salada y desaparece en verano, no hay peces. Así que no se ven aves pescadoras, salvo alguna garza real despistada. Al ser aguas muy poco profundas, suelen escasear los patos buceadores, esos que buscan su alimento sumergidos, como los porrones y patos colorados. Con tanta sal, apenas logran crecer algunos carrizos en ciertos recodos de la orilla, pero faltan los espesos carrizales que orlan otras lagunas. Y con ellos los pájaros que dependen de esa vegetación: carriceros, buscarlas, polluelas… Sin peces, sin profundidad y sin carrizales, la laguna del Prado no es el mejor sitio para observar muchas especies de aves. La sal de sus aguas la empobrece, convirtiéndola en un lugar raro y hostil, pero esa diferencia también la hace única. Porque, igual que hay en ella plantas costeras, también hay aves que gustan especialmente del agua salada.

Las más vistosas de estas aves llenan a veces la laguna con los destellos escarlata de sus alas. Como arabescos rosados, los flamencos recorren el agua a centenares trompeteando, hundiendo en ella su pico insólito para filtrar el plancton del que viene su color. Observémoslos a través de un telescopio terrestre; si hallamos un flamenco más rosa de lo normal, y más pequeño, puede tratarse de un flamenco enano, un rarísimo visitante de la laguna, que bien pudiera proceder de Kenia o de Tanzania. ¿Cómo habrá terminado tan lejos de su tierra?

En las lagunas saladas como la del Prado suelen verse aves típicas de las marismas y playas, aunque el mar esté a cientos de kilómetros. Algunas de estas aves, como el zarapito o el falaropo, aparecen solo en contadísimas ocasiones. Acuarelas de John Gould, S. XIX.

Más hacia la orilla corretean nerviosos los pequeños chorlitejos, siempre a la caza de insectos sobre el lodo. Con un poco de suerte, el telescopio nos descubrirá entre ellos al chorlitejo patinegro, otro especialista en aguas salobres. Al lado de los chorlitejos deambulan grandes patos multicolores, los tarros blancos, que frecuentan las playas y acostumbran a criar dentro de las madrigueras de conejo. No les debe de faltar donde hacerlo en nuestra laguna, a juzgar por la abundancia de conejos que corretean al ocaso bajo los tarayes. Junto a ellos, en contadas ocasiones, el telescopio nos permitirá dar con el grotesco zarapito real, de pico larguísimo y curvo, tan desproporcionadamente largo en ciertos ejemplares que parecen una aberración de la naturaleza. Es otra de esas aves más propia de las marismas que de la meseta ibérica.

A comienzos del verano el festival de la vida en la laguna salada alcanza su apogeo: gaviotas y cigüeñas, ánades y aguiluchos, cigüeñuelas, pagazas… Pero pronto el sol, nuestra estrella, acaba con el agua, la evapora dejando el fondo cubierto otra vez de una costra cristalina de sal, blanca y reluciente. Así debe ser, este es el ciclo en el que está engastada nuestra laguna. Existe gracias a la muerte de una estrella, como todos nosotros, y una estrella la mata cada año para que renazca de nuevo.

Referencias:
– Flora, fauna e hidrología de esta y otras lagunas del Campo de Calatrava: VVAA. 2000. Humedales de Ciudad Real. Biblioteca de Autores Manchegos. Editorial esfagnos. Talavera de la Reina.